Según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), el gasto mundial en defensa alcanzó niveles sin precedentes en 2024, evidenciando un marcado giro en las prioridades estatales ante la intensificación de los conflictos globales. Este gasto total se situó en 2.460 mil millones de dólares, comparado con 2.240 millones en 2023, lo que representa un crecimiento real del 7,4% en 2024, frente al 6,5% del año anterior y al 3,5% en 2022. Como proporción del PIB, este gasto pasó de un promedio del 1,59% en 2022 al 1,80% en 2023 y al 1,94% en 2024.
El aumento del gasto se debe, en gran medida, a importantes revisiones presupuestarias en Asia y Europa. Por ejemplo, entre 2023 y 2024, el gasto en defensa de Rusia creció un 41,9% en términos reales, alcanzando los 145.900 millones de dólares, mientras que el gasto europeo se disparó un 11,7%. Entre ellos, el presupuesto alemán registró un crecimiento real del 23,2%, situándolo como uno de los mayores del mundo, y Polonia ascendió hasta convertirse en el decimoquinto mayor gastador en defensa, en comparación con su posición del vigésimo puesto en 2022.
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La reestructuración de la industria de defensa refleja una respuesta estatal a la aceleración de las amenazas. Tras la guerra en Ucrania, se constató que muchos países miembros de la OTAN habían reducido sus inventarios tras el fin de la Guerra Fría, y la solución tradicional, comprar grandes volúmenes de equipos y almacenarlos, resultaba insuficiente para responder a un entorno de seguridad en rápida evolución. Estos ciclos de adquisición, que solían medirse en años, ya no pueden adaptarse a las demandas de respuesta inmediata ante la escalada de conflictos, lo que ha impulsado la adopción de nuevas técnicas y tecnologías de producción.
En Europa, los estados están modernizando y ampliando sus capacidades mediante ambiciosos planes de recapitalización. Los Países Bajos, por ejemplo, han solicitado la aprobación para adquirir hasta 52 tanques Leopard 2A8 para formar un nuevo batallón blindado para 2030, mientras que Lituania e Italia han anunciado planes similares, complementados por adquisiciones de vehículos de combate de infantería de fabricantes europeos y extranjeros.
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Esta carrera por renovar las fuerzas armadas contrasta notablemente con la situación de años anteriores, cuando las cifras de IED se situaban en niveles superiores a los 3.000 millones de dólares anuales durante el auge de la inversión en defensa en 2008, 2011 y 2012.
En paralelo, los estados europeos están intensificando sus esfuerzos para aumentar la producción de municiones, impulsados tanto por la necesidad de apoyar el esfuerzo bélico en Ucrania como por sus propios requerimientos militares. Rheinmetall, por ejemplo, ha multiplicado por diez su capacidad anual de producción de proyectiles de artillería de 155 mm, elevándola a 700.000 unidades, con proyecciones de llegar al millón en 2026.
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Simultáneamente, países como Polonia han optado por diversificar sus proveedores, adjudicando contratos significativos a empresas surcoreanas e israelíes, en un intento por acelerar la modernización de sus fuerzas armadas. Este enfoque contrasta con las críticas de algunos políticos e industriales que abogan por una mayor cooperación entre estados para desarrollar sistemas que fortalezcan la autonomía estratégica del continente.
Evidentemente, los cambios en el gasto y las adquisiciones en materia de defensa reflejan una transformación profunda en la forma en que los estados abordan la seguridad nacional. La combinación de presiones geopolíticas, desde la guerra en Ucrania hasta la rivalidad creciente en Asia, el cambio en los modelos de producción y la urgencia de modernizar las capacidades militares, están reconfigurando el panorama global de defensa.
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