El conflicto en Ucrania trascendió las expectativas iniciales para convertirse en una guerra de desgaste, recordando los turbulentos días de la Primera Guerra Mundial. A diferencia de las proyecciones de un enfrentamiento altamente tecnológico, marcado por la precisión y la inteligencia artificial, la realidad mostró que es la artillería la que dicta la dinámica en este escenario.
Este tipo de conflicto, con su propia metodología y lógica económica, desafía las concepciones tradicionales de la guerra en los círculos militares occidentales. Además, plantea serios retos para aquellos que aspiran a mantener una ventaja en potenciales conflictos entre grandes potencias.
De esta forma, la experiencia obtenida en los últimos años reveló la falta de preparación y comprensión de Occidente frente a este tipo de guerra. Mientras que la mentalidad occidental sigue aferrada a la idea de conflictos breves y decisivos, la realidad sugiere la posibilidad de prolongados enfrentamientos de desgaste entre grandes potencias, donde la capacidad industrial y económica será clave para el desenlace final.
En este artículo, vamos a explorar la naturaleza de este tipo de conflictos y los desafíos que representan para las potencias occidentales.
Desgaste vs maniobra
Como se mencionó al principio, las guerras de desgaste requieren una metodología propia, arraigada en un enfoque centrado en la fuerza. Su origen se encuentra en una capacidad industrial formidable que permita la reposición de pérdidas, una profundidad estratégica que absorba una serie de derrotas, y unas condiciones tecnológicas que dificulten los movimientos rápidos en el terreno.
En este tipo de conflictos, las operaciones militares se basan en la capacidad de un Estado para reemplazar las pérdidas y generar nuevas formaciones, en contraposición a los movimientos tácticos y operativos típicos de las guerras de maniobra. En estas últimas, el objetivo es anticipar, dislocar y quebrantar al adversario. Por tanto, el bando que reconoce la naturaleza de desgaste del conflicto y se enfoca en destruir las fuerzas enemigas en lugar de ganar territorio tiene mayores probabilidades de éxito.
A partir de la experiencia en Ucrania, queda claro que Occidente no está preparado para este tipo de conflictos. Para la mayoría de los expertos occidentales, la estrategia de desgaste resulta contraintuitiva, dado que históricamente, Occidente favoreció el choque breve entre ejércitos profesionales, donde el vencedor se lleva todo.
Por ejemplo, ejercicios de guerra recientes, como el llevado a cabo por el Center For Strategic and International Studies (CSIS) sobre Taiwán, abarcaron aproximadamente un mes de combates, sin considerar siquiera la posibilidad de una continuación del conflicto, reflejando así la actitud occidental común. La percepción general es que las guerras de desgaste son consideradas como excepciones, situaciones que deben evitarse a toda costa y, en general, se atribuyen a la ineptitud de los líderes.
Sin embargo, en caso de un enfrentamiento directo entre potencias, es probable que se desarrolle una guerra de desgaste, debido a la vasta reserva de recursos disponibles para reemplazar las pérdidas. Al mismo tiempo, es clave comprender que la disminución del profesionalismo debido a las bajas nivelará el campo de batalla, sin importar qué ejército comenzó con fuerzas mejor entrenadas. De esta manera, a medida que el conflicto se prolongue, la victoria se inclinará hacia las economías en lugar de los ejércitos.
En una guerra de desgaste, la clave para evitar la derrota rápida es abandonar la estrategia de maniobra, la cual consume recursos valiosos en objetivos territoriales de corto plazo, como lo evidencia la situación actual en Ucrania después de la famosa pero fallida contraofensiva.
Es fundamental reconocer que las guerras de desgaste operan bajo una lógica propia para evitar sufrir pérdidas desproporcionadas. Por tanto, en un conflicto entre potencias, caracterizado por economías y bases industriales sólidas, aquellos Estados que comprendan esta dinámica y adopten una estrategia de desgaste, destinada a agotar los recursos del enemigo mientras conservan los propios, tienen mayores posibilidades de éxito.
La dimensión económica
Como acabo de mencionar, las guerras de desgaste se caracterizan por su fuerte componente económico, que permite una movilización masiva de recursos a través de los sectores industriales. En este tipo de conflictos, los ejércitos se expanden rápidamente y requieren cantidades importantes de vehículos blindados, drones, dispositivos electrónicos y otros equipos de combate. Dado que la fabricación de armamento de alta gama es compleja y consume muchos recursos, se hace necesario combinar fuerzas y armas para alcanzar los objetivos.
Poner énfasis en armamento de alta gama puede resultar perjudicial en un contexto de guerra de desgaste, porque si bien este tipo de armas ofrece un rendimiento excepcional, su suministro para equipar a un ejército rápidamente movilizado y expuesto a un alto desgaste es difícil. En este contexto, la diferencia de rendimiento no justifica la disparidad numérica en la producción. Además, las armas de alta gama requieren tropas altamente capacitadas que necesitan tiempo de entrenamiento, un lujo del que no se dispone en una guerra de este tipo.
En contraste, resulta mucho más fácil y rápido producir grandes cantidades de armas y municiones económicas, especialmente si sus componentes son intercambiables con productos civiles, y asegurando grandes volúmenes sin necesidad de expandir las líneas de producción. Asimismo, los nuevos reclutas podrían familiarizarse con este armamento de manera más rápida, lo que facilitaría la rápida creación de nuevas formaciones o la reconstrucción de las existentes.
En la actualidad, conseguir masa resulta complicado para las economías occidentales más desarrolladas, ya que en muchos casos estas eliminaron el exceso de capacidad para alcanzar una mayor eficiencia. Tras la experiencia en Ucrania, estos países están luchando por expandir rápidamente su base industrial armamentística, especialmente porque muchas industrias de nivel inferior fueron trasladadas al extranjero por motivos económicos en una época de globalization friendly.
Durante períodos de guerra, las cadenas de suministro globales se interrumpen, lo que dificulta asegurar los componentes necesarios, a lo que hay que sumarle la falta de mano de obra calificada y experimentada en industrias específicas. Estas habilidades requieren décadas para desarrollarse, y una vez que una industria se cierra, lleva también décadas reconstruirla. En este sentido, el informe del gobierno de Estados Unidos de 2018 sobre la capacidad industrial del país resaltó estos problemas. Un ejemplo de un intento por revivir industrias clave que fueron deslocalizadas es el caso de los semiconductores, donde Washington está tratando de relocalizar la producción en suelo norteamericano, impulsando la ley CHIPS.
Occidente debe analizar cuidadosamente cómo asegurar un exceso de capacidad en tiempos de paz en su complejo industrial militar, o correr el riesgo de perder una posible guerra en el futuro.
En resumen, la gestión de una guerra de desgaste demanda una planificación estratégica meticulosa, el desarrollo de una base industrial sólida, así como una movilización eficiente en tiempos de paz, y una gestión cuidadosa de recursos durante el conflicto.
El logro de la victoria en este tipo de conflictos se basa en comprender los objetivos políticos propios y del enemigo, así como en identificar las estrategias económicas más efectivas para generar recursos. La clave reside en reconocer las fortalezas y debilidades de los modelos económicos en disputa y emplear los recursos disponibles para construir un ejército masivo. En este contexto, las operaciones militares se enfocan en la destrucción de los recursos enemigos, no en la conquista de territorio.
Sin embargo, muchos en Occidente mantienen una actitud incrédula, creyendo que los conflictos futuros serán breves y decisivos. La idea de que cualquier potencia importante se retiraría tras una derrota militar inicial es, en el mejor de los casos, una ilusión. Para las élites adversarias, cualquier conflicto entre grandes potencias se percibiría como existencial y sería perseguido con todos los recursos estatales disponibles. La guerra resultante sería de desgaste, favoreciendo al Estado con la economía, la doctrina y la estructura militar más adecuadas para este tipo de conflicto.
Como mencioné algunas líneas atrás, la estrategia de desgaste, centrada en la defensa, resulta contraintuitiva para la mayoría de los oficiales militares occidentales. El pensamiento militar occidental considera la ofensiva como el único medio para lograr el objetivo estratégico decisivo de forzar al enemigo a aceptar negociaciones en términos desfavorables.
A la luz de los acontecimientos en la guerra de Ucrania, si Occidente toma en serio la posibilidad de un conflicto entre grandes potencias, debe analizar minuciosamente su capacidad industrial, su doctrina de movilización y sus medios para sostener una guerra prolongada. En lugar de realizar simulacros de guerra que abarquen solo un mes de conflicto y esperar que la guerra termine, es necesario que abandone la ilusión de que los conflictos futuros serán breves y decisivos.
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