China está fijando límites cada vez más estrictos en su política exterior. Lo que para el gigante asiático son principios innegociables, para el resto del mundo son advertencias de un conflicto en gestación. Hace poco más de una década, las “líneas rojas” eran un concepto asociado a la diplomacia de Occidente. Eran advertencias tácitas sobre las consecuencias de ciertos actos: armas químicas en Siria, anexiones en Europa del Este, pruebas nucleares en Corea del Norte. Pero si algo cambió en la dinámica del poder global es que China, con Xi Jinping a la cabeza, está haciendo de las líneas rojas su herramienta diplomática más poderosa.
Pekín ya no solo responde a las reglas del orden internacional; ahora las redefine. Lo viene dejando claro en foros internacionales, en discursos oficiales y en sus acciones militares. Taiwán es una línea roja. La autonomía de Hong Kong fue una línea roja. Las sanciones económicas que limiten el crecimiento chino son una línea roja. Y como toda estrategia basada en la disuasión, la pregunta no es si estas advertencias serán desafiadas, sino qué hará China cuando inevitablemente lo sean.
¿Cuál es la función de las líneas rojas de Xi?
Como acabo de mencionar, Xi Jinping está convirtiendo las líneas rojas en un principio rector de la política exterior china. A primera vista, parecen ser manifestaciones de confianza, una muestra de que China se siente lo suficientemente fuerte como para trazar límites claros frente a Occidente. Pero hay otra interpretación posible: que estas líneas rojas son, en realidad, una estrategia defensiva, diseñada para contener presiones externas y reforzar la legitimidad del Partido Comunista en un momento en que la economía china enfrenta problemas estructurales y el modelo político de Xi empieza a generar más dudas que certezas.
Pekín aprendió que fijar límites inflexibles es también una forma de ganar poder. Con cada advertencia sobre Taiwán, con cada represalia contra países que critican su modelo de gobierno, China despliega una estrategia de disuasión sin necesidad de recurrir al conflicto abierto. La clave de esta táctica es que los costos de cruzar una línea roja china son elevados y difíciles de prever. Estados Unidos y sus aliados pueden hacer ejercicios militares en el Pacífico, vender armas a Taiwán o sancionar a funcionarios chinos, pero siempre con la incertidumbre de hasta dónde está dispuesto a escalar Pekín en su respuesta.
Esta ambigüedad le da a Xi un margen de maniobra importante. No necesita intervenir militarmente en Taiwán para reafirmar su reclamo, del mismo modo en que no necesitó invadir Hong Kong para desmontar su autonomía. Le basta con demostrar que tiene la capacidad de hacerlo y que, llegado el momento, está dispuesta a actuar. Así, la coerción se convierte en un arma política más efectiva que el uso directo de la fuerza.
¿Y Occidente… cómo responde a la jugada de Xi?
El problema para Estados Unidos y sus aliados no es solo que China fije líneas rojas, sino que lo haga con la convicción de que tiene la capacidad de hacerlas cumplir. Washington trata de responder con su propia estrategia de disuasión, fortaleciendo alianzas en el Indo-Pacífico, aumentando la presencia militar en Filipinas y reforzando el compromiso con Taiwán. Pero esto no logró cambiar el cálculo chino. Al contrario, Pekín sigue avanzando en su agenda, cada vez más convencido de que el tiempo juega a su favor.
El margen de error es mínimo. Una colisión en el Estrecho de Taiwán, un incidente en el Mar de China Meridional o una escalada en la guerra tecnológica podrían transformar la actual competencia estratégica en una crisis abierta. Si China siente que sus líneas rojas están en peligro, su respuesta podría ir más allá de la presión económica o las maniobras militares simbólicas. Y en ese punto, la comunidad internacional enfrentará una pregunta para la que aún no tiene respuesta: ¿hasta dónde está dispuesta a llegar para contener a Pekín? Y, más importante aún, ¿En qué condiciones está la voluntad de la su ciudadanía para enfrentar semejante desafío?
El mundo según China, ¿Quién dicta las reglas del juego?
De esta forma, China está convirtiendo las líneas rojas en un instrumento de poder, no solo para proteger sus intereses, sino para redefinir el equilibrio global. Su mensaje es claro: hay territorios, valores y principios que considera innegociables, y quienes los desafíen lo harán bajo su propio riesgo. Pero al hacer de la disuasión su herramienta principal, Pekín también se enfrenta a un riesgo relevante: que algún día, en algún lugar, alguien decida cruzar una de sus líneas.
Cuando eso ocurra, no será suficiente con advertencias ni con ejercicios militares. China se verá obligada a responder, no solo para defender sus intereses, sino para preservar la credibilidad de su propia estrategia. Y en ese momento, el mundo sabrá si las líneas rojas de Xi fueron una táctica efectiva de disuasión o una trampa de la que ya no podrá escapar.
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