Mientras las tensiones en Medio Oriente parecen perpetuas, la reciente elección de Joseph Aoun como presidente del Líbano parece una oportunidad para redefinir el equilibrio geopolítico del Levante, una región históricamente moldeada por las ambiciones cruzadas de potencias regionales y globales. Más allá del simbolismo, el ascenso de Aoun marca un punto de quiebre en el que Líbano busca recuperar su autonomía frente a los actores extra regionales que constantemente utilizan al país como tablero en su juego estratégico.
El Levante, una de las regiones más complejas de Medio Oriente, se encuentra en una posición difícil despues muchos años de conflictos. Desde la caída del régimen de Bashar al-Assad en Siria hasta el debilitamiento progresivo de la influencia iraní, la región está enfrentando una reconfiguración en la que nuevos actores surgen y antiguos protagonistas recalibran sus estrategias. En este escenario, los estados del Golfo, liderados por Arabia Saudita, se encuentran intensificando sus esfuerzos para consolidar su influencia, aprovechando el vacío dejado por Irán. Aoun, respaldado tanto por las potencias árabes como por actores internacionales, se perfila como una figura capaz de liderar Líbano hacia un nuevo capítulo de su historia.
El deterioro de la influencia iraní y la creciente influencia de los estados del Golfo
Durante décadas, Irán mantuvo dominio en el Levante, utilizando a Siria como un puente para sostener a Hezbolá, su principal aliado en el Líbano. Sin embargo, la guerra civil siria y el colapso del régimen de Assad redujeron fuertemente esta capacidad. El puente terrestre que conectaba Teherán con Beirut a través de Damasco se vio interrumpido por la presencia de fuerzas estadounidenses y aliadas en el este de Siria, dificultando el suministro logístico a Hezbolá.
La figura de Aoun aparece en este contexto como una amenaza para la hegemonía de Hezbolá. La posibilidad de que el nuevo presidente fortalezca al ejército libanés y extienda su presencia en áreas tradicionalmente dominadas por el grupo plantea un escenario donde el control de Hezbolá sobre el país podría erosionarse. Además, si el gobierno de Aoun logra atribuirse los éxitos en la reconstrucción de las zonas devastadas por la guerra, Hezbolá podría ver cuestionada su posición como protector de la comunidad chiita, debilitando su legitimidad.
Es importante remarcar que la elección de Aoun no habría sido posible sin el apoyo de los estados del Golfo, quienes capitalizaron el debilitamiento de Irán para impulsar su influencia en el Líbano. Arabia Saudita, en particular, ve en Aoun una oportunidad para consolidar un liderazgo que represente un contrapeso efectivo a Hezbolá y, por extensión, a Teherán. Más allá del Líbano, el resurgimiento del protagonismo árabe en el Levante busca frenar tanto a Irán como a Turquía, que aprovechó la fragmentación del conflicto sirio para consolidar su presencia en el norte del país.
En este sentido, para las monarquías del Golfo, el Líbano no es solo un objetivo estratégico por sí mismo, sino también una ficha importante en un proyecto más amplio que busca estabilizar el Levante bajo un eje árabe-estatal. Así, el esfuerzo implica promover líderes como Aoun, cuya moderación y capacidad de consenso pueden convertirlo en un aliado confiable en la región. Además, el respaldo a Aoun refleja un enfoque que prioriza la consolidación de estados soberanos como contrapeso a los actores no estatales que dominaron la política regional durante años.
Paralelamente, y como se mencionó anteriormente, mientras los estados del Golfo consolidan su influencia en el Líbano, Turquía está surgiendo como otro actor relevante en la reconfiguración del Levante. Desde 2016, Ankara viene expandiendo su presencia militar y política en el norte de Siria, consolidando alianzas con facciones locales y estableciendo una base de poder que le permite proyectar influencia en la región. Esta expansión, aunque en principio dirigida contra el PKK, es un problema para las monarquías del Golfo, que temen que Turquía reemplace a Irán como el principal actor externo en Siria.
De esta manera, la elección de Aoun como presidente del Líbano puede interpretarse como una respuesta directa a esta amenaza. Para los estados del Golfo, consolidar un liderazgo fuerte en el Líbano es importante para evitar que el vacío de poder en Siria se extienda al país y para garantizar que Turquía no logre ampliar su esfera de influencia hacia el Mediterráneo Oriental. Por este motivo, el liderazgo de Aoun es visto no solo como un contrapeso a Irán, sino también como un elemento clave para limitar las ambiciones turcas en el Levante.
El desafío de gobernar en un Líbano fracturado y busca de un nuevo equilibrio
A pesar de las altas expectativas que acompañan su elección, Joseph Aoun enfrenta un desafío monumental: liderar un país profundamente dividido, donde las lealtades sectarias y las rivalidades políticas paralizan constantemente las instituciones. Gobernar en este contexto va a requerir una gran habilidad política y una capacidad para equilibrar las demandas de actores tan diversos como Hezbolá, los estados del Golfo y las potencias occidentales. En consecuencia, el éxito de su presidencia no solo definirá el futuro del Líbano como estado soberano, sino que también influirá en el equilibrio de poder en el Levante.
En su discurso inaugural, Aoun puso de manifiesto su intención de transformar la dinámica interna del país al remarcar la necesidad de que el estado monopolice el uso de las armas. Esta declaración apunta a su voluntad de limitar el poder de Hezbolá, sin embargo, este objetivo no puede lograrse solamente con retórica. Requerirá una estrategia sólida que combine el fortalecimiento de las instituciones estatales con el respaldo continuo de los actores internacionales que facilitaron su ascenso al poder.
Así, el éxito de Aoun dependerá en gran medida de su capacidad para equilibrar estas demandas internas y externas. Si logra implementar las reformas necesarias y mantener un delicado balance entre los diversos actores involucrados, su liderazgo podría marcar el inicio de un nuevo orden en el Levante, más alineado con los intereses árabes. Por otro lado, cualquier fracaso en estos frentes podría perpetuar la crisis libanesa, con consecuencias desestabilizadoras para una región que ya es un epicentro de tensiones geopolíticas globales.
La presidencia de Joseph Aoun es, por tanto, una oportunidad como una prueba. En sus manos no solo está el destino del Líbano, sino también la posibilidad de que el Levante encuentre un equilibrio más estable y sostenible. Su éxito o fracaso podría determinar si la región se aleja del caos que la definió durante décadas o si, por el contrario, sigue atrapada en un ciclo de fragmentación y conflicto.
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