El gobierno de Argentina anunció el retiro de Martín García Moritán como embajador en Uruguay, según lo dispuesto en el decreto 29/2025. La medida, oficializada en el Boletín Oficial, fue justificada por el Ministerio de Relaciones Exteriores como una decisión basada en “razones de servicio”, aunque sin mayores detalles sobre las causas específicas.
García Moritán, quien asumió el cargo como embajador en dicho país en febrero de 2024, regresará al Palacio San Martín para desempeñar nuevas funciones. Por el momento, el gobierno argentino, bajo el mando de Javier Milei, no definió a su sucesor, lo que planteó interrogantes dado el contexto político en Uruguay, donde el líder de izquierda, Yamandú Orsi, asumirá la presidencia el 1.º de marzo tras el mandato de Luis Lacalle Pou.
La salida del embajador argentino ocurre en un momento crucial para las relaciones bilaterales. Orsi, líder del Frente Amplio, ya declaró que busca mantener un vínculo sólido y pragmático con Milei, a pesar de las diferencias ideológicas. En una reciente entrevista, destacó que “no tenemos otra chance nosotros” más que cooperar, subrayando temas comunes como el dragado del canal de acceso al puerto de Montevideo, que calificó como “fundamental” para Uruguay.
Por su parte, el gobierno de Milei solo mostró hasta ahora un enfoque mesurado hacia el vecino país, como lo demuestra la tardanza en reconocer el triunfo de Orsi, en contraste con otras fuerzas políticas argentinas que lo felicitaron rápidamente. Según fuentes diplomáticas, la relación con Uruguay no viene siendo una prioridad en la agenda de Milei, algo que podría cambiar con la elección del nuevo embajador.
Este movimiento en la diplomacia argentina no es un caso aislado. En los últimos días, el canciller Gerardo Werthein también dispuso cambios en las embajadas de Bélgica y Sudáfrica, siguiendo un patrón de rotaciones que apunta a una reestructuración más amplia en el servicio exterior. Sin embargo, la falta de explicaciones claras sobre estos cambios no hicieron más que alimentar especulaciones sobre posibles ajustes estratégicos en las alianzas de Argentina.
Con el retorno de la izquierda al poder en Uruguay, Argentina quedó sin aliados regionales
La relación bilateral también enfrenta retos históricos en el ámbito del Mercosur, donde ambas naciones juegan roles clave. La llegada de Orsi al poder podría marcar un giro en el enfoque regional, especialmente si logra articular alianzas estratégicas con otros líderes como el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y el paraguayo Santiago Peña, con quienes también busca estrechar vínculos.
Lo cierto es que hablando en términos regionales, el retorno de la izquierda en Uruguay se une al avance de liderazgos populistas en otros países de América Latina como Brasil, Colombia, Chile y México. Pero esto tiene un fuerte contraste con la visión de Javier Milei, en Argentina, que busca impulsar agendas de corte libertario y conservador en el ámbito doméstico y regional. Con esto, es posible afirmar que el líder de la Libertad Avanza corre el riesgo de quedar aislado en un vecindario mayoritariamente progresista.
Esta suerte de alineación política entre algunos países podría facilitar iniciativas de integración regional bajo una agenda progresista al tiempo que plantea interrogantes sobre el alcance que tendrá esta unidad ideológica, ya que la agenda libertaria y conservadora de Milei sería ser un factor que complique la cooperación regional en áreas clave como comercio y medioambiente.
Es por ello que todo este escenario invita a cuestionar: ¿Se podría introducir una narrativa de tensión ideológica en la región? Las diferencias entre los líderes de la región podrían complicar la dinámica interna del Mercosur en un momento crítico para su proyección internacional. El acuerdo Mercosur-Unión Europea se erige como uno de los desafíos mayores por delante, ya que requiere consenso entre los miembros del bloque para avanzar.
¿Qué le podría deparar a la región?
Entonces, ¿qué le depara a América Latina? Se podría anticipar que una confrontación ideológica parece inevitable, especialmente si se toma en consideración un antecedente reciente durante la cumbre del G20, donde Milei protagonizó discusiones verbales con el presidente de Colombia, Gustavo Petro, y el presidente de Chile, Gabriel Boric. Estos enfrentamientos evidencian la dificultad que posiblemente enfrente la región para construir consensos firmes, unificados, y alianzas efectivas en foros internacionales.
En este contexto, especialmente con un Brasil que asume un rol cada vez mayor de liderazgo progresista en foros globales, queda apelar al pragmatismo político y la diplomacia “equilibrada” de líderes como Lula u Orsi para mantener la cohesión regional. Ambos presidentes tendrán que balancear sus agendas progresistas con la necesidad de incluir a Argentina como un actor clave en la estrategia regional, evitando que las tensiones con Milei fracturen la cooperación, particularmente dentro del Mercosur.
La integración regional, que depende de una estrecha colaboración entre los países, deberá encontrar puntos en común que permitan avanzar en objetivos económicos estratégicos, como el comercio interregional y las negociaciones con Europa. O bien, Milei podría optar por un enfoque confrontativo con sus vecinos latinoamericanos, lo que profundizaría el aislacionismo de Argentina en un contexto internacional donde se enfatiza la necesidad de fortalecer los bloques regionales frente a los crecientes desafíos globales.
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