En medio de un levantamiento sin precedentes en décadas, Haití se hunde en una profunda crisis humanitaria ante la violencia desatada por bandas armadas que han unido fuerzas para desafiar al Estado. Mientras el Primer Ministro Ariel Henry se encuentra varado en Puerto Rico, los enfrentamientos han provocado una grave escasez de alimentos, agua, combustible y atención médica, sumiendo al país en un caos que obliga a la población a protegerse como puede.
La situación ha alcanzado niveles alarmantes, con los políticos de la región intentando encontrar una solución diplomática a la crisis política que mantiene a Henry fuera del país, mientras las bandas criminales atacan comisarías de policía y liberan a miles de presos de las cárceles. André Michel, asesor del Primer Ministro, declaró que Henry se ha negado a dimitir y ha exigido a la comunidad internacional que tome todas las medidas necesarias para garantizar su regreso a Haití.
Estados Unidos y los líderes caribeños han intentado convencer a Henry de que continuar en el poder es “insostenible”. Una misión internacional de seguridad liderada por Kenia se ha estancado, y aunque Estados Unidos se ha ofrecido a financiarla, ha mostrado poco interés en enviar tropas propias. El domingo, el ejército estadounidense realizó una operación para reforzar la seguridad de su embajada y evacuar al personal no esencial del país.
A medida que la situación de seguridad se deteriora, la inseguridad alimentaria se agrava. Cerca de un millón de los 11 millones de haitianos están al borde de la hambruna, según la ONU. Unos 350.000 de ellos se han visto obligados a huir de sus hogares, viviendo en la calle, en tiendas de campaña o en escuelas superpobladas, mientras las bandas invaden sus barrios.
La mayoría de la población solo sale de sus casas para realizar tareas esenciales, como ir al banco o comprar comida y agua, aprovechando las treguas de la violencia para abastecerse. Sin embargo, los expertos temen que las existencias comiencen a disminuir a medida que se acumulan más mercancías en los puertos, ya que el transporte por carretera es demasiado peligroso y las bandas se han apoderado de las instalaciones portuarias.
Organizaciones humanitarias como Médicos Sin Fronteras y Zanmi Lasante, afiliada a Partners In Health, se encuentran en una situación crítica. Médicos Sin Fronteras tuvo que aumentar la capacidad de camas de su hospital de 50 a 75 para atender a las personas heridas por disparos, mientras que Zanmi Lasante advirtió que solo cuenta con combustible suficiente para operar sus generadores durante aproximadamente una semana.
En un intento desesperado por obtener suministros, una persona describió la escena en un supermercado el sábado como un “carnaval”, con mucha gente haciendo largas filas durante horas para abastecerse. Médicos Sin Fronteras incluso tuvo que reabrir recientemente una clínica médica de urgencias en el centro de la ciudad después de haber estado cerrada durante meses debido a un ataque de una banda que sacó a pacientes de una ambulancia y los mató delante del personal de la organización.
Ante esta crisis sin precedentes, la comunidad internacional se enfrenta al desafío de encontrar una solución diplomática que ponga fin a la violencia y permita el acceso humanitario a la población. Los suministros de sangre y oxígeno se están agotando, y la escasez de alimentos, agua y atención médica amenaza con desencadenar un desastre humanitario de proporciones catastróficas si no se toman medidas urgentes.
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