Uruguay experimentó en el día de ayer un importante cambio político con el triunfo de Yamandú Orsi, candidato del partido de izquierda Frente Amplio (FA), en el balotaje presidencial. Por lo pronto, este resultado marca el regreso de la izquierda al poder uruguayo después de cinco años de gobierno de la coalición republicana liderada por Luis Lacalle Pou, y reconfigura el panorama político en América Latina, especialmente con la Argentina liderada por Milei.
En este sentido, el conteo de votos oficial afirma que Orsi obtuvo el 49.8% de los votos, frente al 45.9% del oficialista Álvaro Delgado. El próximo presidente asumirá el poder el 1 de marzo de 2025 en un escenario doméstico que tiene al parlamento fragmentado y una región que tiene una serie de desafíos a sortear por delante.
Si hay algo que varios especialistas en la política uruguaya rescatan de Orsi, es que siempre mostró disposición al diálogo, identificando aliados potenciales en temas sensibles para la población como economía, educación y seguridad social. Su capacidad para construir consensos será crucial para mantener la gobernabilidad. La campaña del Frente Amplio logró capitalizar la percepción de desgaste de la coalición republicana, que enfrentó dificultades internas durante las elecciones. Mientras el FA mantuvo cohesión, el oficialismo no logró consolidarse como un bloque unificado. Además, la figura de Orsi resonó entre los votantes que buscaban estabilidad en lugar de cambios extremos.
Con el retorno de la izquierda al poder en Uruguay, Milei quedó sin aliados regionales
Hablando en términos regionales, el retorno de la izquierda en Uruguay se une al avance de liderazgos populistas en otros países de América Latina como Brasil, Colombia, Chile y México. Pero esto tiene un fuerte contraste con la visión de Javier Milei, en Argentina, que busca impulsar agendas de corte libertario y conservador en el ámbito doméstico y regional. Con este resultado, el presidente argentino, que no felicitó a Orsi directamente, queda aislado ideológicamente en un vecindario mayoritariamente progresista,
Esta suerte de alineación política podría facilitar iniciativas de integración regional bajo una agenda progresista al tiempo que plantea interrogantes sobre el alcance que tendrá esta unidad ideológica, ya que la agenda libertaria y conservadora de Milei podría ser un factor que complique la cooperación regional en áreas clave como comercio y medioambiente.
Es por ello que este escenario invita a cuestionar: ¿Se podría introducir una narrativa de tensión ideológica en la región?. El jefe de Estado argentino, que llegó a la presidencia con una plataforma de ruptura con el “establishment” y un enfoque liberal extremo en lo económico, puede transformar la relación de Argentina con sus vecinos, especialmente si Uruguay impulsa políticas de corte más progresista.
Pero eso no lo único, las diferencias entre los líderes de la región podrían complicar la dinámica interna del Mercosur en un momento crítico para su proyección internacional. El acuerdo Mercosur-Unión Europea, que viene enfrentando múltiples retrasos, se erige como un desafío mayor, ya que requiere consenso entre los miembros del bloque para avanzar.
¿Qué le depara a la región?
Entonces, ¿qué le depara a América Latina? Mientras Brasil, bajo Lula, busca una integración que contemple políticas ambientales y sociales alineadas con los estándares europeos, Milei podría cuestionar estas premisas en nombre de la desregulación económica y el libre mercado. Estas posturas divergentes podrían ralentizar las negociaciones o incluso generar tensiones internas que dificulten un frente común ante la UE.
Asimismo, podría ser posible anticipar que la confrontación ideológica parece inevitable, y esto ya tuvo un antecedente reciente durante la cumbre del G20, donde Milei protagonizó discusiones verbales con el presidente de Colombia, Gustavo Petro, y el presidente de Chile, Gabriel Boric. Estos enfrentamientos evidencian la dificultad que podrá enfrentar la región para construir consensos firmes, unificados, y alianzas efectivas en foros internacionales.
Con líderes con visiones políticas tan dispares, las dinámicas regionales estarán marcadas por la complejidad y la tensión, lo que podría traducirse en desafíos adicionales para abordar problemáticas comunes, como el cambio climático, la integración económica y las relaciones con otras potencias globales. Esto anticipa, al menos, que se vienen algunos años de negociaciones y alta volatilidad para América Latina en el escenario global.
En este contexto, especialmente con un Brasil que asume un rol de liderazgo progresista en foros globales, como también se evidenció en el G20, queda apelar al pragmatismo político y la diplomacia “equilibrada” de Lula y Orsi para mantener la cohesión regional. Ambos líderes tendrán que balancear sus agendas progresistas con la necesidad de incluir a Argentina como un actor clave en la estrategia regional, evitando que las tensiones con Milei fracturen la cooperación, particularmente dentro del Mercosur. El bloque, que depende de la colaboración entre sus miembros para potenciar su influencia global, deberá encontrar puntos en común que permitan avanzar en objetivos económicos estratégicos, como el comercio interregional y las negociaciones con Europa.
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