Las elecciones presidenciales de Estados Unidos, un evento político que cada cuatro años capta la atención de millones de televidentes alrededor del mundo, son siempre un punto de inflexión no solo para la política interna de ese país, sino también para las relaciones internacionales. En esta ocasión, la victoria de Donald Trump ha sacudido nuevamente la política estadounidense y, como era de esperar, ha tenido un eco significativo en las principales capitales del mundo. Teherán, en particular, ha observado con cautela el regreso de un viejo conocido a la Casa Blanca, una situación que genera interrogantes en un Medio Oriente atravesado por las tensiones entre Israel, Hamás y Hezbolá. La reelección de Trump podría marcar un cambio de rumbo en la dinámica regional, un escenario incierto en el que se reconfiguran alianzas y se redibujan estrategias en torno al programa nuclear iraní.
Donald Trump, quien asumió su primer mandato en 2017, se caracterizó por un estilo político disruptivo que desafiaba las normas establecidas. Durante su presidencia, adoptó un enfoque unilateral en varias áreas de política exterior, como la retirada de acuerdos internacionales clave y la imposición de sanciones económicas a países como Irán. En particular, la relación con Teherán estuvo dominada por la cuestión nuclear. En 2018, Trump decidió retirar a Estados Unidos del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA por sus siglas en inglés), un acuerdo alcanzado en 2015 entre Irán y las principales potencias mundiales para limitar el desarrollo nuclear iraní a cambio de la reducción de sanciones. Esta decisión, tomada de forma unilateral, desató tensiones internacionales y disparó una serie de sanciones bajo lo que se denominó la doctrina de máxima presión, un enfoque agresivo destinado a forzar a Irán a renegociar términos más favorables para Washington.
A pesar de la polarización que generó en su propio país, Trump sigue siendo una figura central en la política estadounidense, con una base de apoyo leal que lo ha catapultado nuevamente a la Casa Blanca. Con su retorno, las grandes potencias internacionales, y en especial los actores clave en el Medio Oriente, se preparan para enfrentar lo que podría ser una nueva fase en las relaciones con Washington.
Contexto general de Medio Oriente en 2024: la guerra de Israel y sus siete frentes
El 7 de octubre de 2023 marcó un punto de inflexión trascendental en la historia reciente de Medio Oriente. Ese día, Hamás, el grupo terrorista que controla la Franja de Gaza, lanzó una serie de ataques sorpresa contra Israel, lo que desató una guerra a gran escala que aún persiste en 2024. Este conflicto no solo ha provocado miles de muertos y desplazados, sino que ha reconfigurado las alianzas y tensiones regionales, dejando una marca indeleble en el equilibrio de poder de la región.
Lo que comenzó como un ataque limitado rápidamente escaló a una guerra abierta, con Israel respondiendo con operaciones militares a gran escala en Gaza, mientras que Hamás intensificaba los lanzamientos de cohetes hacia el territorio israelí. La situación se complicó aún más con la intervención de Hezbolá, el grupo chiita libanés que, apoyado por Irán, comenzó a desplegar fuerzas en la frontera norte de Israel. De esta manera, el conflicto se transformó en una guerra multifacética en la que Israel no solo enfrentó a Hamás, sino también a un actor regional con gran influencia, Hezbolá, y, por supuesto, la sombra de Irán detrás de ambos grupos.
El impacto de este conflicto se extiende mucho más allá de las fronteras israelíes y palestinas. Las potencias regionales, como Irán, Arabia Saudita y Turquía, han tomado posiciones ante la escalada, lo que ha profundizado la polarización y las rivalidades en la región. Los esfuerzos por lograr un alto el fuego se han visto entorpecidos por la intervención de actores externos, entre ellos, Rusia y Estados Unidos, que han defendido a sus respectivos aliados en medio de un entorno cada vez más volátil.
En este contexto, la política estadounidense, y en particular la postura de Donald Trump, se vuelve crucial. La región de Medio Oriente, ya sumida en una guerra que podría redefinir sus futuros geopolíticos, observa con atención el regreso de Trump a la presidencia. Su enfoque de “máxima presión” hacia Irán y sus políticas agresivas en relación con el conflicto israelí-palestino podrían generar un nuevo capítulo en un conflicto que parece no tener fin. Además, el panorama en 2024 no se limita al choque entre Israel y Hamás, sino que se extiende a un juego de tensiones entre superpotencias, donde Medio Oriente sigue siendo un tablero de ajedrez geopolítico en el que cada jugada tiene consecuencias a nivel global.
Relación Estados Unidos-Irán: Un repaso de la política de Trump
Durante su primer mandato, Donald Trump adoptó una postura clara y agresiva hacia Irán, marcando un quiebre con la política más moderada de la administración de Obama, especialmente en relación al acuerdo nuclear firmado en 2015: el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés). Trump consideraba que el acuerdo era un “pésimo” acuerdo para los intereses de Estados Unidos, acusando a Irán de violar su espíritu al seguir con su programa nuclear y continuar con actividades que Washington interpretaba como desestabilizadoras, como el apoyo a grupos terroristas en la región, incluyendo a Hezbolá y Hamás. Esta crítica se basaba en la falta de restricciones sobre el programa nuclear iraní una vez que el acuerdo llegara a su fin, especialmente en relación al enriquecimiento de uranio.
En 2018, Trump cumplió con una de sus promesas de campaña más contundentes: la retirada unilateral de Estados Unidos del JCPOA. La decisión fue recibida con una mezcla de reacciones internacionales, pero se alineó con la política más amplia de Trump de retirarse de acuerdos internacionales que consideraba desventajosos para su país, como el acuerdo climático de París o el pacto comercial del TPP. Sin embargo, la salida del JCPOA no fue un fin, sino un comienzo de lo que se denominaría la “doctrina de máxima presión”, cuyo objetivo era someter a Irán a una presión económica y política extrema con el fin de obligar al régimen iraní a negociar un nuevo acuerdo que abordara no solo el programa nuclear, sino también su influencia regional.
La doctrina de máxima presión: Tensiones actuales y programa nuclear
La doctrina de máxima presión fue un enfoque multifacético que combinó sanciones económicas sin precedentes, restricciones al comercio de petróleo, congelación de activos y medidas diplomáticas agresivas. El objetivo era aislar económicamente a Irán, debilitando su capacidad para financiar actividades en la región y forzando al régimen a renegociar. Trump buscó aumentar la presión sobre la administración iraní, haciendo uso de sanciones para afectar su economía, en especial su industria petrolera, uno de los principales motores de su economía.
Sin embargo, la máxima presión no logró el efecto deseado. Si bien las sanciones causaron un gran daño a la economía iraní, llevando a una crisis financiera interna, no consiguieron que Irán cediera a las demandas estadounidenses. En cambio, Teherán respondió reanudando y ampliando algunas de sus actividades nucleares, incrementando el enriquecimiento de uranio y reduciendo su cumplimiento con el acuerdo original. A pesar de los esfuerzos de la administración Trump, la diplomacia quedó truncada, con dos cumbres históricas entre Trump y el presidente iraní Hassan Rohani que no lograron un avance significativo.
Además, los Estados Unidos vieron cómo la unidad internacional sobre la cuestión iraní se fragmentaba. Si bien algunos aliados de Washington en la región, como Arabia Saudita e Israel, respaldaron la postura de Trump, otras potencias, como la Unión Europea, China y Rusia, seguían apoyando el JCPOA e instaban a un retorno a la diplomacia. La falta de resultados tangibles y el aumento de las tensiones, tanto dentro de Irán como en la región, marcaron la administración de Trump con una política de presión que generó más aislamiento para Irán, pero también lo fortaleció en su determinación de continuar con su programa nuclear y su agenda regional.
En este contexto, la relación entre ambos países sigue siendo tensa y volátil, con un futuro incierto. El regreso de Trump al poder podría reactivar esta misma dinámica de confrontación, o bien forzar a Irán a tomar decisiones más radicales en defensa de su soberanía y sus intereses nucleares.
Impacto en el conflicto Israel-Hamás-Hezbolá: ¿un cambio de rumbo?
El conflicto entre Israel, Hamás y Hezbolá, que ya de por sí es una de las dinámicas más complejas y volátiles de Medio Oriente, podría entrar en una nueva fase con el regreso de Trump a la Casa Blanca. Durante su primer mandato, el expresidente fue un firme defensor de Israel, un aliado estratégico clave en la región, y su política hacia el conflicto israelo-palestino estuvo marcada por un apoyo incondicional a las acciones israelíes. Trump también reconoció Jerusalén como la capital de Israel en 2017, un paso que desencadenó protestas a nivel global y agudizó las tensiones entre israelíes y palestinos. Sin embargo, su administración se caracterizó por un enfoque más directo y menos diplomático que el de sus predecesores, mostrando una clara preferencia por el uso de la presión económica y militar.
A medida que el conflicto entre Israel y Hamás y Hezbolá se intensifica, el regreso de Trump podría llevar a un endurecimiento de la postura estadounidense. Su relación cercana con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y su claro rechazo a cualquier negociación que implique concesiones significativas a los palestinos, pueden presagiar un mayor respaldo militar y diplomático a Israel, con un posible incremento de sanciones contra Hamás y Hezbolá, o incluso una mayor intervención directa en la región.
El regreso de Trump no solo reavivará su enfoque agresivo hacia Irán, sino que también podría dar forma a un cambio significativo en la forma en que Estados Unidos maneja el conflicto israelí-palestino y la amenaza de Hezbolá. A pesar de que las relaciones entre Estados Unidos e Irán han sido un tema central en su política, la situación actual en la región y los nuevos actores emergentes podrían obligar a Trump a ajustar su estrategia.
Posibles estrategias de Trump frente a los desafíos de Medio Oriente
Con el retorno de Trump al poder, las estrategias de la administración probablemente estarán orientadas hacia una presión constante sobre los actores regionales que desafían la hegemonía estadounidense. En el caso de Irán, es probable que Trump mantenga su enfoque de máxima presión, con más sanciones y una política diplomatica agresiva hacia Teherán para debilitarlo no solo en la arena económica sino también aislarlo en el Sistema Internacional.
Sin embargo, si el conflicto entre Israel, Hamás y Hezbolá sigue escalando, Trump también podría verse obligado a revisar sus estrategias y abrir la puertas a otras políticas más directas. En el terreno diplomático, aunque la administración Trump ha mostrado preferencia por las acciones unilaterales, es posible que, en vista de la creciente complejidad de los actores involucrados, se vea obligado a explorar nuevas fórmulas de diálogo.
Si bien la región ha estado marcada por la inestabilidad y los conflictos durante décadas, el regreso de Trump a la Casa Blanca podría intensificar la polarización de las potencias regionales y globales. Los aliados tradicionales de Estados Unidos en Medio Oriente, podrían beneficiarse de una postura más firme frente a Irán y sus grupos aliados, mientras que actores como Rusia y China podrían ver con preocupación cualquier medida que afecte su influencia en la región.
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca marca un capítulo incierto para la región. Si bien su postura firme hacia Irán y su apoyo incondicional a Israel podrían reforzar las alianzas tradicionales de Estados Unidos, también es probable que agudicen las tensiones con potencias como Rusia y China, que buscan ampliar su influencia en el área. Las políticas de máxima presión hacia Teherán y el conflicto israelí-palestino seguirán siendo factores clave en su estrategia, pero la reconfiguración del equilibrio de poder en la región podría no ser tan predecible. En este contexto, Trump enfrentará no solo desafíos internacionales, sino también presiones internas. La próxima fase de su presidencia, entonces, se presenta como un terreno de apuestas con cuotas altas, con el futuro de la estabilidad regional y la seguridad global en juego.
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