En el marco de la cobertura que está realizando Escenario Mundial en Israel, el equipo tuvo la oportunidad de conversar con el Dr. Ricardo Nachman, un médico argentino israelí con una trayectoria de más de 30 años y actual director del Centro Nacional de Medicina Clínica Forense del país. Desde el 7 de octubre, su labor ha cobrado una urgencia inusitada. El ataque de Hamás desencadenó una serie de eventos que transformaron radicalmente su rutina y la de su equipo, quienes ahora dedican todo su esfuerzo a la identificación de las víctimas del ataque.
Aquella mañana, Nachman y su hija se encontraban en un campamento, disfrutando de una festividad judía. A las 6:30, las sirenas interrumpieron abruptamente su descanso. “Estábamos durmiendo en el campamento por la festividad cuando sonaron las alarmas. Bajamos al refugio de inmediato, pero había algo en el ambiente que era distinto. Las sirenas no paraban”, recuerda Nachman.
El Centro Nacional de Medicina Forense, ubicado en Tel Aviv, cuenta con capacidad para manejar entre 50 y 80 cuerpos, un número que se volvió insuficiente casi de inmediato. Israel tiene un médico forense por cada dos millones de habitantes, una cifra considerablemente inferior al estándar global de uno cada 200.000. Esta deficiencia quedó en evidencia ante la magnitud del trabajo que se les avecinaba: desde el día del ataque, los restos humanos no han dejado de llegar, y el proceso de estudio, análisis e identificación de las víctimas se ha convertido en una tarea monumental.
La primera decisión crucial fue establecer una Estación de Concentración de Cadáveres en la base militar de Shura, ubicada al sur de Ramle. Durante los primeros 14 días de la guerra de Israel contra Hamás, esta base fue utilizada para recibir los cuerpos de más de 1,300 personas, entre ellos, 311 soldados que fueron asesinados. En el transcurso de dos semanas, se llevaron a cabo esfuerzos constantes para identificar a cientos de cuerpos que fueron enviados a la base militar. Este lugar, protegido y seguro, permitió a los equipos trabajar con cierta tranquilidad, ya que contaba con la protección antimisil. Sin embargo, los primeros casos, relativamente sencillos de resolver, pronto dieron paso a una realidad mucho más sombría. “A medida que pasaba el tiempo, todo se hizo más complejo. Los casos ‘imposibles’ de reconocer visualmente, cuerpos quemados e incinerados, nos obligaron a recurrir a métodos más sofisticados y exhaustivos de identificación”, explica Nachman.
El trabajo interministerial entre el Ministerio de Defensa, el Ministerio de Salud y el Ministerio de Seguridad fue fundamental. Se decidió que los casos más complicados fueran llevados al Instituto de Medicina Forense. Las jornadas de trabajo se alargaron considerablemente, pasando de 170 horas mensuales a más de 578, lo que refleja cómo la guerra atravesó todos los aspectos de la vida de quienes se encontraban en la primera línea de esta batalla.
En Israel, el proceso de identificación es vital, especialmente en situaciones de grandes desastres. Se sigue un protocolo meticuloso que comienza con la búsqueda de signos físicos distintivos como tatuajes o cicatrices, pasa por el análisis de huellas dactilares, y culmina con la comparación de muestras de ADN. “Identificar es primordial. No importa cuánto se sepa que una persona está muerta, las familias necesitan cerrar el ciclo y ver algo que les confirme que esto, de alguna manera, terminó”, dice Nachman.
Los primeros avances permitieron identificar al 80% de las víctimas en los meses iniciales, pero las dificultades persistieron, especialmente debido a la incertidumbre sobre si algunos de los desaparecidos habían sido secuestrados o asesinados. La colaboración con los servicios de inteligencia fue crucial para esclarecer estos casos.
Nachman también reflexiona sobre cómo la tragedia del 7 de octubre abrió puertas que antes parecían cerradas. “El Ministerio de Salud habilitó todos los lugares para la recolección de muestras. Se trabajó muy bien con la policía y con el Centro de Medicina Molecular”, comenta. Este esfuerzo coordinado permitió, finalmente, la identificación del 100% de los cuerpos recibidos en Shura y en el Centro Nacional de Medicina Forense.
Desde el 7 de octubre, el equipo del Dr. Nachman ha estado trabajando intensamente en la recolección y documentación de datos para enviar los casos a la Corte Penal Internacional con el objetivo de que sean juzgados como crímenes de guerra. “Nosotros juntamos los casos, las pruebas, y eso se va a enviar a la Corte Penal Internacional”, afirma Nachman, subrayando la importancia de este proceso en la búsqueda de justicia para las víctimas del ataque.
No obstante, no todo ha sido oscuridad en esta historia. Nachman menciona que, entre tanto horror, hubo momentos de luz, como la identificación correcta de cuerpos que habían sido mal clasificados inicialmente o la liberación de rehenes que volvieron con vida. A pesar de la dureza del trabajo, hay un profundo sentido de responsabilidad y humanidad en lo que hacen. “Yo lloré todos los días, pero al entrar a la sala de autopsias soy otra persona, soy un profesional”, confiesa.
Nachman advierte que el terrorismo no reconoce fronteras y lo que sucedió en Israel es una señal de alarma para el mundo. “Lamentablemente, hay países que no lo quieren entender. El terrorismo no tiene límites; si pasó aquí, puede pasar en cualquier parte del mundo”, afirma.
Hoy, mientras el conflicto en Israel sigue sin resolverse, Nachman y su equipo continúan trabajando sin descanso, conscientes de que cada cuerpo identificado es una historia cerrada para una familia que espera respuestas.
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