Desde la Segunda Guerra Mundial, Australia siempre dependió de su alianza con Estados Unidos como el pilar central de su política de seguridad y defensa. Este vínculo fue una garantía clave para la protección de los intereses australianos en un entorno geopolítico dominado por potencias mayores. Hoy, en un Indo-Pacífico marcado por la competencia estratégica entre Estados Unidos y China, la alianza sigue siendo crítica. Ambas naciones buscan contrarrestar la creciente asertividad militar de China, que se manifiesta en el aumento de la presencia naval en el Mar de China Meridional, las crecientes tensiones sobre Taiwán y la creación de redes de influencia en la región.
A nivel operativo, la alianza se está traduciendo en una cooperación militar más estrecha. Estados Unidos está incrementando su acceso a bases australianas, y Canberra se encuentra invirtiendo en la modernización de su ejército a través de compras clave, como submarinos de propulsión nuclear bajo el pacto AUKUS, misiles de largo alcance Tomahawk y sistemas de misiles móviles HIMARS. Estos esfuerzos buscan mejorar la capacidad de Australia para proyectar poder más allá de su territorio, un aspecto central en el concepto de disuasión avanzada que ambos países persiguen.
Sin embargo, mientras que las capacidades militares de Australia están mejorando, la plena integración de estas en una estrategia conjunta con Estados Unidos se está encontrando con algunos problemas. Uno de los factores clave es que, aunque ambos países comparten un compromiso con la seguridad regional, sus percepciones de amenaza no siempre están alineadas, lo que podría llegar a limitar su capacidad de actuar de manera coordinada en escenarios de conflicto.
La geografía como factor de divergencia
La geografía juega un papel central en la forma en que Estados Unidos y Australia definen y priorizan las amenazas a su seguridad. Para Washington, el foco estratégico en el Indo-Pacífico está íntimamente ligado a la competencia con China, con un énfasis particular en la defensa de Taiwán. En la Estrategia Nacional de Defensa de 2022 de Estados Unidos, se identifica a China como el reto más importante para la seguridad global. La posibilidad de una invasión china de Taiwán se percibe no solo como una amenaza directa a la estabilidad regional, sino como un desafío existencial a la credibilidad de la presencia militar de Estados Unidos en Asia, así como a su red de alianzas.
Para Australia, en cambio, la amenaza principal está más cerca de casa. Si bien Canberra también percibe a China como un rival estratégico, su enfoque está más orientado hacia la protección de sus líneas de suministro marítimo y la defensa de su territorio frente a potenciales bloqueos o coerciones en su región inmediata. La Estrategia de Defensa Nacional de 2024 de Australia prioriza la protección de las rutas comerciales críticas que atraviesan el estrecho de Malaca, el mar de Arafura y el estrecho de Torres. La seguridad de Taiwán, aunque importante, no es vista como un interés vital de la misma magnitud que para Estados Unidos.
Esto crea una tensión inherente en la alianza, ya que los intereses vitales de Estados Unidos están claramente más orientados hacia el norte de Asia, mientras que Australia se preocupa principalmente por sus propios vecinos y las dinámicas en su periferia inmediata. Aunque ambos países están alineados en términos generales sobre la necesidad de contrarrestar la influencia china, la prioridad que le dan a las diferentes amenazas y sus posibles respuestas varían considerablemente.
Dos doctrinas, un mismo objetivo
Las diferencias en las percepciones de amenaza también se reflejan en las doctrinas sobre el uso de la fuerza militar. Estados Unidos desarrolló una doctrina militar que pone un gran énfasis en la disuasión integrada, que busca emplear todas las herramientas del poder estatal —militares, diplomáticas, económicas— para prevenir la agresión. El énfasis está en la capacidad de proyectar poder militar de manera rápida y efectiva en múltiples teatros de operaciones, lo que implica la preparación para conflictos de alta intensidad, como un posible enfrentamiento naval en el estrecho de Taiwán o en el Mar de China Meridional.
Australia, por otro lado, está adoptando un enfoque más defensivo y asimétrico. Su doctrina de “defensa por negación” se basa en la capacidad de impedir incursiones en su territorio o el bloqueo de sus rutas comerciales, pero sin necesariamente proyectar poder más allá de su región inmediata. Aunque la adquisición de submarinos nucleares bajo el pacto AUKUS y otros programas de modernización militar refuerzan su capacidad de disuasión a largo plazo, Australia sigue priorizando la defensa de su entorno marítimo inmediato, en lugar de prepararse para operaciones de combate de alta intensidad en el Mar de China Meridional o más allá.
Un claro ejemplo de esta diferencia es la forma en que ambos países abordan la proyección de poder naval. Mientras que Estados Unidos mantiene una flota capaz de operar en aguas profundas y de proyectar poder a escala global, Australia sigue invirtiendo en capacidades orientadas a la defensa costera y operaciones en aguas litorales. Aunque los submarinos de propulsión nuclear proporcionan una mayor capacidad de disuasión y proyección de fuerza, su enfoque sigue siendo principalmente defensivo, diseñado para proteger su vasta zona económica exclusiva y sus rutas marítimas críticas.
Impacto de las diferencias en la cooperación operativa
Estas diferencias en la percepción de amenazas y doctrinas de uso de la fuerza tienen implicaciones directas para la cooperación militar entre Estados Unidos y Australia. Una de las principales áreas de fricción es la expectativa de Washington de que Australia juegue un papel más activo en los escenarios de conflicto de alta intensidad, particularmente en torno a Taiwán. Sin embargo, hasta el momento, Australia ha evitado comprometerse claramente con una intervención militar directa en un conflicto sobre Taiwán, lo que refleja su enfoque cauteloso y pragmático.
Esto plantea preguntas importantes sobre la interoperabilidad de las fuerzas armadas de ambos países en caso de un conflicto. Mientras que Estados Unidos espera una contribución de sus aliados en operaciones multinacionales, Australia podría verse más inclinada a limitar su participación a operaciones defensivas en su región inmediata, lo que podría crear un desajuste operativo en caso de una escalada en el Indo-Pacífico.
Por otro lado, las capacidades limitadas de Australia para operaciones de alta intensidad, especialmente en el dominio naval, también representan un desafío para la sincronización estratégica. Aunque Canberra está invirtiendo en capacidades de largo alcance como los misiles de crucero Tomahawk y los sistemas HIMARS, todavía existen limitaciones significativas en términos de la escala y el alcance de su poder militar.
Ajustando expectativas
Las diferencias en las percepciones de amenaza y el uso de la fuerza entre Estados Unidos y Australia reflejan los desafíos inherentes a cualquier alianza militar en una región tan compleja como el Indo-Pacífico. Si bien ambos países comparten un compromiso general con la disuasión y la estabilidad regional, sus enfoques divergentes reflejan realidades geopolíticas y operativas diferentes.
Para que esta alianza sea efectiva en el futuro, será necesario un ajuste en las expectativas y una mayor coordinación operativa. Estados Unidos deberá reconocer las limitaciones operativas de Australia y ajustar sus expectativas en cuanto a su participación en posibles conflictos de alta intensidad. Por su parte, Australia deberá encontrar un equilibrio entre proteger sus propios intereses y contribuir de manera significativa a la estrategia de disuasión de Washington frente a China.
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