El 7 de octubre de 2023, la mañana se vio sacudida por un ataque sorpresa de Hamás, ataque denominado “Operación Inundación de Al-Aqsa”. Desde la Franja de Gaza, el grupo islamista palestino atacó lanzando al menos 3000 cohetes contra Israel, además de realizar incursiones en vehículos dentro del territorio, donde militantes palestinos atacaron bases militares y masacraron a civiles en las comunidades israelíes cercanas. Según funcionarios israelíes, al menos 364 civiles murieron en un festival de música que fue atacado y varios cientos resultaron heridos. Durante los ataques, Hamás secuestró a 251 israelíes y extranjeros; actualmente, 97 rehenes siguen sin ser localizados. Israel reporta que 101 de estos rehenes están en Gaza, incluyendo cuatro capturados en 2014 y 2015. Aunque inicialmente se reportaron más de 1300 muertos, la cifra final ajustada es de 1139 víctimas, que incluyen 695 civiles, 71 ciudadanos extranjeros y 373 miembros de las fuerzas de seguridad.
Después de 11 meses, 2 días y unas horas desde aquel ataque, finalmente llegué a Israel. Me advirtieron que la pregunta “¿cómo estás?”, aquí tiene un peso diferente. Y lo comprobé al instante: todos, de alguna manera, llevan la marca de lo sucedido el 7 de octubre. En las conversaciones cotidianas, esa pregunta lleva consigo una carga emocional que refleja el trauma colectivo. Los israelíes llevan consigo las secuelas del ataque, y esto se nota en sus interacciones y en la forma en que enfrentan el día a día. La pregunta, por lo tanto, se convierte en una forma de conectar y entender la magnitud del sufrimiento compartido.
En el segundo día, en Kfar Saba, a unos 15 kilómetros al noreste de Tel Aviv, me encontré con dos mujeres mayores, de aproximadamente 70 años, se reúnen todos los días desde el ataque para exigir la liberación de los rehenes israelíes capturados por Hamás. Una de ellas viste un vestido rojo con un listón amarillo en el pecho; la otra lleva una remera amarilla con una inscripción en hebreo que clama por la libertad de los rehenes. No están solas: unas 20 personas más se suman a esta manifestación en la intersección de la calle principal, justo al lado de un centro comercial con unos 40 locales que siguen funcionando con la guerra que la misma, se está desarrollando a solo unos kilómetros de distancia.
En todos los rincones de Israel, el reclamo por la liberación de los rehenes se ha intensificado. En los últimos días, las protestas han alcanzado un nuevo nivel de urgencia. La reciente noticia del hallazgo de los cuerpos de seis rehenes en un túnel en Rafah, asesinados por Hamás poco antes de su recuperación, ha impulsado a miles a las calles. La noticia de su ejecución ha generado una ola de indignación y desesperación entre las familias y la población en general.
El Foro de Familias de Rehenes, que representa a muchos familiares de los secuestrados, ha convocado a grandes protestas en todo el país. El domingo, se llevaron a cabo manifestaciones en Jerusalén y una multitudinaria protesta en Tel Aviv frente a la sede de defensa, con estimaciones de participación que alcanzan hasta 500,000 personas. Estas manifestaciones, una de las más grandes en la historia de Israel, reflejan la creciente presión sobre el gobierno para que actúe y logre un acuerdo para la liberación de los rehenes.
Sin embargo, los negociadores enfrentan un panorama sombrío. Las posibilidades de alcanzar un acuerdo de alto el fuego basado en la propuesta de mayo se consideran “casi nulas”. La situación se ha complicado aún más debido a la postura firme del primer ministro Benjamin Netanyahu, quien ha insistido en mantener el control militar de las áreas estratégicas a lo largo de la frontera Gaza-Egipto, como el Corredor Filadelfia. Esta posición, que no estaba contemplada en la propuesta original, ha sido un punto de fricción clave en las negociaciones.
Por otro lado, el líder de Hamás, Yahya Sinwar, ha endurecido su postura en respuesta a las demandas israelíes y las presiones internacionales. Sinwar ha rechazado cualquier acuerdo que implique concesiones significativas para su grupo, especialmente en lo que respecta a la liberación de prisioneros palestinos o la retirada de las fuerzas israelíes de áreas controladas. Estas posiciones han minado aún más las perspectivas de un acuerdo de alto el fuego y han llevado a una creciente frustración entre los negociadores israelíes y los mediadores internacionales. La combinación de estas posturas inflexibles ha reducido considerablemente las posibilidades de lograr un acuerdo que satisfaga a ambas partes, exacerbando la desesperación entre las familias de los rehenes y la opinión pública.
Marcelo, un argentino-israelí que lleva más de 50 años en Israel, me explicó la complejidad del reclamo por los rehenes secuestrados. En sus palabras, la situación está dividida en dos posturas predominantes entre quienes apoyan la liberación de los rehenes. Por un lado, están aquellos que abogan por la liberación a “cualquier costo”, es decir, que se haga todo lo posible para traer de vuelta a los rehenes, sin importar las concesiones que se tengan que hacer a Hamás. Por otro lado, hay quienes también exigen la liberación de los rehenes, pero con una mayor cautela. Estos alertan sobre los posibles riesgos y consecuencias negativas que ciertas concesiones podrían tener para el futuro de Israel.
Un ejemplo ilustrativo de esta complejidad es el caso de Yahya Sinwar, el actual líder de Hamás. Sinwar fue liberado en 2011 en un intercambio que involucró a más de 1,000 prisioneros por el soldado israelí Guilad Shalit. Desde el momento de su liberación, Sinwar volvió a la militancia con una determinación férrea, convencido de que capturar soldados israelíes era la única forma de conseguir la liberación de prisioneros. Un periodista, tomando al The Guardian, que lo entrevistó en ese momento, describió cómo Sinwar parecía tan enfocado que daba la impresión de que “el mundo no existía más allá de sus ojos”.
La guerra está a punto de cumplir su primer año y la imagen de las dos mujeres en Kfar Saba se transforma en un símbolo de la lucha por la liberación de los rehenes. Cada día, se las ve frente al centro comercial en funcionamiento, una escena que contrasta fuertemente con la realidad del conflicto que sigue activo a pocos kilómetros de distancia. Su presencia diaria en la intersección, en medio de la rutina, imprime una cuota de realidad exigente no solo para la sociedad israelí, sino también para los que son los responsables de un posible acuerdo.
A medida que el tiempo avanza y el acuerdo de paz sigue sin concretarse, la preocupación por los rehenes se intensifica. Las semanas se convierten en meses, y la falta de avances concretos en las negociaciones acentúa el sentimiento de desesperación entre las familias de los secuestrados. El abrazo entre las mujeres no solo representa su propio sufrimiento, sino también el dolor colectivo y la incertidumbre que enfrentan aquellos que lidian con la secuencia de la ausencia.
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