Argentina se abstuvo de votar una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas destinada a condenar la agresión rusa contra Ucrania y a exigir la retirada inmediata de las fuerzas de Vladímir Putin. La votación, que tuvo lugar en el marco del tercer aniversario del inicio del conflicto, resultó con 93 votos a favor, 68 en contra y 65 abstenciones, ubicando a Argentina entre los países que optaron por no respaldar ni rechazar la iniciativa.
La decisión del gobierno argentino, encabezado por Javier Milei, marca un giro diplomático significativo, dado el firme apoyo que la administración había manifestado hacia Ucrania desde el inicio de su mandato. Desde la asunción de Milei, Argentina había adoptado una postura clara en respaldo a la soberanía ucraniana, participando en foros internacionales y expresando su condena a la invasión rusa. Sin embargo, la reciente abstención sugiere un intento de recalibrar su política exterior ante la nueva dinámica geopolítica.
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Este cambio se produce en un contexto de transformación global tras la asunción de Donald Trump como presidente de Estados Unidos el 20 de enero de 2025. La nueva administración estadounidense ha adoptado una postura distinta respecto al conflicto, iniciando conversaciones directas con Vladímir Putin para negociar un alto el fuego, sin la participación inicial de Ucrania ni de sus aliados europeos. Además, Washington ha indicado que considera “irrealista” que Ucrania recupere las fronteras previas a 2014, lo que refleja un cambio en el apoyo estadounidense a las aspiraciones territoriales ucranianas.
La abstención argentina cabe preguntarse si entra en una estrategia de pragmatismo frente a este nuevo escenario, aunque resulta necesario preguntarse si esta decisión responde a un interés económico, político específico o simplemente una alineación directa con la nueva postura de Trump. El gobierno de Milei, que inicialmente se alineó con las posturas occidentales en defensa de Ucrania, podría estar buscando mantener un equilibrio entre su cercanía ideológica con la administración Trump y su compromiso previo con Kiev. Sin embargo, este giro también expone una posible falta de coherencia en su alineamiento internacional, sugiriendo que Argentina está siguiendo sin cuestionamientos la nueva dirección impuesta por Washington, incluso a costa de principios previamente defendidos.
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El cambio de enfoque de Estados Unidos ha generado preocupación en Europa y en Kiev, donde se percibe como una señal de debilitamiento del frente occidental. Para Argentina, la situación implica un dilema diplomático. Mantener el respaldo a Ucrania sin el respaldo pleno de Washington podría llevar al país a un aislamiento diplomático, mientras que un alineamiento más cercano con la nueva postura estadounidense podría interpretarse como una pérdida de coherencia en su política exterior.
La abstención también se produce luego de la participación de Argentina en la Conferencia de Seguridad de Múnich, donde representantes argentinos discutieron el futuro de la seguridad europea y el conflicto ucraniano. A pesar de su presencia en foros internacionales, Argentina no forma parte de los actores principales que están definiendo los términos de una eventual resolución del conflicto.
En este contexto, la diplomacia argentina enfrenta el desafío de equilibrar sus intereses nacionales, sus relaciones internacionales y su coherencia diplomática.
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