Hace tres años, el mundo despertaba con las primeras explosiones en Kiev. En los primeros minutos de hoy (madrugada en Ucrania), las fuerzas armadas de Rusia dieron los primeros pasos en lo que probablemente será una extensa ofensiva sobre una importante parte del territorio ucraniano. La guerra, que muchos imaginaron como un conflicto breve y decisivo, se transformó en un laberinto geopolítico, militar y económico que aún no encuentra resolución.
El quiebre
El 24 de febrero de 2022, el presidente ruso Vladímir Putin anunciaba una “operación militar especial” con el objetivo declarado de desmilitarizar y “desnazificar” Ucrania. Poco después, misiles impactaban en aeropuertos, bases militares y centros de comando a lo largo del país. Las tropas rusas avanzaban desde el norte, el este y el sur, buscando un cerco rápido sobre Kiev.
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Las primeras horas fueron caóticas. Mientras la comunidad internacional condenaba la ofensiva y convocaba reuniones urgentes, la resistencia ucraniana sorprendía a propios y ajenos. Las defensas antiaéreas, los ataques con drones y la movilización civil complicaron el avance ruso, que ya mostraba fallas logísticas y tácticas. Civiles de todas las edades improvisaron barricadas, fabricaron cócteles molotov y se organizaron en grupos de vigilancia para proteger sus barrios. Las estaciones de metro se convirtieron en refugios improvisados, mientras familias enteras se apiñaban en los andenes, con la incertidumbre reflejada en sus rostros y la determinación de resistir.
La expectativa inicial de Moscú, que preveía una rápida caída del gobierno de Volodímir Zelenski, se desmoronó en cuestión de días. La imagen del presidente ucraniano en un búnker subterráneo de Kiev, grabando un video junto a sus principales asesores y declarando “Estamos aquí. No nos vamos a rendir”, marcó un punto de inflexión. Ese mensaje, difundido masivamente por redes sociales, no solo desmintió los rumores de huida, sino que fortaleció la moral tanto de las tropas como de la población civil. Estados Unidos y la Unión Europea respondieron con sanciones sin precedentes y un puente aéreo de armamento que, con el tiempo, definiría el curso del conflicto.
En paralelo, las primeras negociaciones en Bielorrusia y Turquía se estancaron rápidamente. Mientras Moscú exigía la neutralidad de Ucrania y el reconocimiento de Crimea como territorio ruso, Kiev pedía la retirada total de las tropas invasoras. La brecha era demasiado amplia y las conversaciones se diluyeron a medida que los frentes se estabilizaban y la guerra se convertía en una prueba de resistencia.
Tres años después, la imagen de aquellas primeras horas contrasta con la realidad actual: lejos de una resolución rápida, el conflicto se ha enquistado en un frente extenso y estático, mientras las negociaciones vuelven a sonar, pero ahora bajo una nueva correlación de fuerzas y presiones externas.
Estancamiento y desgaste
Con el fracaso del avance relámpago, la guerra entró en una fase de desgaste prolongado. Las ciudades de Mariúpol, Severodonetsk y Bajmut se convirtieron en símbolos de la brutalidad del conflicto, con combates casa por casa y un costo humano y material exorbitante. Rusia optó por bombardear infraestructuras críticas, intentando quebrar la moral de la población y complicar la logística ucraniana.
En el otro lado, Ucrania fortaleció sus defensas con la ayuda occidental. Sistemas de defensa antiaérea como el Patriot comenzaron a interceptar misiles rusos, mientras que las contraofensivas ucranianas en Jersón y Járkov demostraron la capacidad de adaptación de sus fuerzas. Sin embargo, estos avances no fueron suficientes para un quiebre decisivo. Las líneas del frente se solidificaron, convirtiéndose en trincheras modernas que evocan conflictos del siglo XX.
En el ámbito diplomático, las posturas se endurecieron. Mientras Ucrania reafirmaba su objetivo de recuperar cada centímetro de su territorio, Rusia buscaba consolidar sus ganancias territoriales. Los esfuerzos de mediación de Turquía, la ONU y el Vaticano no lograron avances sustanciales, mientras las sanciones económicas profundizaban la brecha entre Moscú y Occidente.
La guerra también reconfiguró alianzas y prioridades globales. La OTAN reforzó su presencia en Europa del Este, mientras que Finlandia y Suecia solicitaron su ingreso a la alianza, abandonando décadas de neutralidad. China y la India, aunque mantuvieron relaciones comerciales con Rusia, evitaron un respaldo explícito, buscando equilibrar sus intereses geopolíticos.
Hoy, el quiebre geopolítico y el futuro de la guerra
Hoy, tras tres años del inicio de la invasión rusa a Ucrania, el conflicto se encuentra en una fase decisiva, con cambios profundos en las dinámicas geopolíticas. En el ámbito diplomático, las tensiones son palpables. A principios de 2025, el presidente estadounidense Donald Trump, sorprendió al mundo con una conversación telefónica de más de una hora con el presidente ruso, Vladímir Putin. Este diálogo, el primero entre ambos líderes desde el comienzo de la guerra, abrió la puerta a nuevas conversaciones de paz, con Estados Unidos tomando un papel activo en el proceso.
Trump, crítico del alargamiento del conflicto, sugirió que Ucrania podría haber alcanzado un acuerdo antes y mostró cierto desencanto por la postura del gobierno de Zelenski, quien se ha mostrado reacio a aceptar ciertos términos que implicarían una cesión de recursos o concesiones políticas.
Por su parte, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha declarado que estaría dispuesto a dimitir si eso significara garantizar la paz o facilitar la adhesión de Ucrania a la OTAN. Este giro en sus declaraciones refleja la presión interna y externa a la que está sometido, mientras su país sigue soportando los embates de la guerra. A su vez, Ucrania ha mostrado disposición para llegar a acuerdos sobre la explotación de sus recursos naturales, siempre que se logren garantías de seguridad a largo plazo, lo que pone en juego el futuro del país, más allá de la contienda bélica.
En Europa, las tensiones se intensifican: si bien naciones como Polonia y los países bálticos siguen brindando un apoyo firme a Kiev, naciones como Alemania y Francia han adoptado una postura más cautelosa, priorizando su estabilidad económica y energética ante los altos costos del conflicto. La división interna sobre cómo proceder con Ucrania refleja el dilema más amplio al que se enfrenta la Unión Europea, cuya seguridad parece cada vez más vinculada al destino de Ucrania.
En medio de este contexto, el Reino Unido y Francia han propuesto el despliegue de una fuerza de 30.000 soldados para proteger a Ucrania, con un enfoque particular en la defensa aérea y marítima. Sin embargo, la iniciativa ha encontrado resistencia dentro de Europa y también entre los propios ucranianos, que han solicitado un apoyo militar mucho más robusto. Rusia ha calificado esta propuesta como inaceptable, elevando la tensión.
A tres años del conflicto, que comenzó como un relámpago y se transformó en tormenta, la guerra en Ucrania sigue marcando el rumbo de la geopolítica global. Las primeras expectativas de Moscú de un avance rápido se desmoronaron, y hoy la situación se mantiene en un punto de estancamiento, con un alto costo humano y material que parece no tener fin.
La diplomacia, aunque activa, se enfrenta a un muro de intereses irreconciliables. A pesar de las promesas de negociaciones y las conversaciones de paz, el camino hacia una resolución definitiva parece aún distante. Mientras tanto, Ucrania continúa librando una lucha constante, no solo en el campo de batalla, sino también en el ámbito político, esforzándose por equilibrar las demandas internas y externas que podrían determinar su futuro. En este escenario, la guerra ha trascendido el ámbito de un conflicto entre dos naciones y se ha convertido en un tablero global de estrategias y alianzas, con repercusiones que se extienden mucho más allá de Europa del Este.
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