El Reino Unido se encuentra expandiendo su presencia e influencia en ambos centros polares en respuesta a “la creciente presencia rusa” y otros desafíos en ambas regiones. Puntualmente, busca establecer su papel en el Norte a pesar de no ser un “Estado Ártico” bajo el fundamento de que es “el vecino más cercano”.
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La proyección de poder por parte del Reino Unido en el área tiene antecedentes de antaño. No obstante, en los últimos años ha intensificado sus esfuerzos en el Ártico de diversas maneras. Por ejemplo, realizando alianzas con países árticos (como Noruega) para colaborar estrechamente en el “enfrentamiento de amenazas compartidas”o la “protección de infraestructuras claves” para “consolidar la seguridad” en el continente.
Así, el Reino Unido ha esbozado diversas estrategias nacionales sobre el Ártico. El documento denominado “La contribución británica a la defensa en el Alto Norte”, emitido por el entonces ministro de Defensa Ben Wallace, diagrama el rol de la cartera de defensa en la implementación de estas estrategias y explica el por qué del interés británico en el Ártico.
La estrategia británica en el Ártico
Por un lado, el British Antarctic Survey (BAS) ha jugado un papel fundamental en la búsqueda por aumentar la influencia británica en la región bajo el pretexto de la investigación científica. El gobierno británico continúa incrementando la financiación para la investigación medioambiental ártica y el “fortalecimiento de la comunidad científica del Ártico”. Además, la única presencia británica a largo plazo en el Alto Ártico es la Estación de Investigación Ártica del Reino Unido, operada y gestionada por el BAS y situada en la comunidad internacional de investigación de Ny-Ålesund, Svalbard.
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Por el otro, este documento considera a la región del Alto Norte (que incluye el Ártico y partes del Atlántico Norte) como un espacio vital, donde el Reino Unido posee intereses económicos y “de protección”. Sobre esto último, considera a Rusia y a China como grandes “desafiantes” en el continente blanco, ya que expresa que ambos Estados han militarizado cada vez más el territorio, incrementando la actividad en la región e invirtiendo en infraestructuras militares.
Además, la estrategia británica considera que desde el inicio de la guerra en Ucrania se han incrementado las preocupaciones por posibles actos de sabotaje contra infraestructuras críticas europeas. En este contexto, destaca la importancia de la OTAN y la necesidad de defender el territorio de la alianza en el Ártico si surge la necesidad.
El despliegue de capacidades
En último lugar, el Reino Unido ha sabido desplegar capacidades múltiples en el Ártico en diversas ocasiones. Por ejemplo, el desarrollo de la interoperabilidad de las Fuerzas de Comandos y del Mando Conjunto de Helicópteros para la guerra en tiempos fríos con unidades noruegas y estadounidenses en Noruega constituye una importante asociación centrada en el Alto Norte.
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También se destacan las inversiones en una nueva generación de fragatas de guerra antisubmarina, buques de apoyo y buques patrulleros de hielo (como el HMS Protector). Al momento de la publicación de esta estrategia contaba con una flota de nueve aviones de patrulla marítima P-8A de la Royal Air Force y de F35 Lightning II a bordo del HMS Queen Elizabeth y el HMS Prince of Wales.
“Teniendo en cuenta que la región puede dar lugar a un aumento de la competencia económica y de las tensiones entre Estados, seguiremos vigilando de cerca y evaluando el enfoque adoptado por los Estados árticos y no árticos, incluida Rusia, en particular sus posturas militares y cualquier actividad que viole las normas y los acuerdos internacionales”, destaca el documento y resume, en pocas palabras, la mirada británica sobre el Ártico.
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