Enero y febrero no son meses fáciles para la NASA: además de que se cumplen los aniversarios de los accidentes de Apolo I y Challenger, también se recuerda “El desastre del Columbia”.
Específicamente, el 1 de febrero de 2003 el Transbordador Columbia explotó cuando estaba a tan solo 16 minutos de llegar a la Tierra.
La nave había despegado el 16 de enero con una tripulación compuesta por Rick D. Husband, William C. McCool, Michael P. Anderson, Ilan Ramon, Kalpana Chawla, David M. Brown, y Laurel Blair Salton Clark.
Sin embargo, cuando la nave estaba a punto de termina su vigésima octava misión, la tragedia ocurrió.
Automáticamente, el presidente George W. Bush dio un discurso en el que confirmaba que “este día trajo noticias terribles y una enorme tristeza a nuestro país. A las 9 de la mañana, el Centro de Control de Houston perdió contacto con el transbordador espacial Columbia”.
“Poco después, escombros y restos fueron vistos caer sobre Texas. El Columbia está perdido. No hay sobrevivientes”, agregó.
¿Qué le ocurrió al Columbia?
En el marco de la STS-107, la nave parecía haber despegado sin problema desde el LC-39-A del Centro Espacial Kennedy.
Sin embargo, apenas 82 segundos después del lanzamiento, una pieza de espuma se desprendió del tanque externo y golpeó los paneles de carbono reforzados del ala izquierda del Columbia.
Investigaciones posteriores al accidente dejaron en claro que el panel de goma espuma impactó en unas juntas de las alas y el impacto abrió una brecha de unos 12 centímetros de largo y casi diez de profundidad.
Y dicha abertura en el ala provocó la tragedia: Cuando el Columbia reingresó a la atmósfera de la Tierra, gases calientes entraron por allí y destruyeron el ala. Eso volvió a la nave altamente inestable y, como consecuencia de la velocidad de reingreso, se fue desintegrando progresivamente.
Quizás la única noticia que puede ser considerada “positiva” es que, aunque toda la tripulación falleció, los astronautas no sufrieron, ya que la violenta despresurización acabó con ellos en apenas cuarenta segundos.
Una lección no aprendida
Tras el accidente del transbordador Challenger en 1986, se creía que la NASA había tomado los recaudos necesarios para evitar este tipo de situaciones.
Sin embargo, la investigación final determinó que, al igual que sucedió con Apolo I y el Challenger, la causa del accidente se encontraba en los procedimientos de la NASA.
Cabe recordar que la agencia espacial se percató del impacto en el Columbia casi inmediatamente después de que se concretó.
Sin embargo, lo minimizó por dos motivos: en primer lugar, en casi todos los lanzamientos anteriores del Programa Columbia se habían desprendido pequeños fragmentos de goma espuma.
Incluso se realizaron hasta ocho informes en los que se llamaba la atención sobre dicha situación. Pero, como nunca se registraron problemas de gravedad, no se consideró que la situación fuese riesgosa.
Por otro lado, el personal de la NASA consideró que, si existía algún daño de gravedad en el exterior de la nave, los astronautas no podían repararlo, por lo que no tenía sentido preocuparlos con algo que no aparente solución.
Sin embargo, el informe final concluyó que se podían haber sacado fotos del ala a través de satélites para valorar el daño.
Así, se hubiesen estudiado las posibilidades reales de una falla catastrófica. Además, existía la opción de rescatar a los astronautas con la nave Atlantis.
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