El arribo de Úrsula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, a Montevideo para participar de una cumbre de dos días, marca otro hito en las negociaciones entre el Mercosur y la Unión Europea (UE)l. Con casi 25 años de conversaciones y múltiples intentos fallidos, este acuerdo de libre comercio busca conectar un mercado de 700 millones de personas, representando una de las asociaciones comerciales y de inversión más grande del mundo. Sin embargo, los desafíos políticos, ambientales y económicos ponen en duda la concreción de un pacto que podría redefinir las relaciones internacionales en ambas regiones.
En este sentido, a través de su cuenta oficial de X, Úrsula Von der Leyen expresó: “Aterrizaje en América Latina 📍. La meta del acuerdo UE-Mercosur está a la vista. Vamos a trabajar, vamos a cruzarlo. Tenemos la oportunidad de crear un mercado de 700 millones de personas. La mayor asociación comercial y de inversión que el mundo haya visto jamás. Ambas regiones se beneficiarán”.
Uno de los puntos más destacados de esta negociación es su potencial económico. Para la UE, representa una oportunidad de expandir sus exportaciones de maquinaria, autos y medicamentos a América Latina, una región cada vez más influenciada por China. Mientras que en la vereda de los países del Mercosur, como Argentina y Brasil, este acuerdo representa una puerta de entrada para colocar productos clave como soja, carne y miel en mercados europeos con mayor estabilidad y poder adquisitivo.
En el contexto actual que atraviesa el mundo, marcado por riesgos globales y una creciente atención hacia recursos estratégicos del Sur Global, como los vinculados a la transición energética gracias a la riqueza de importantes minerales, este tratado podría ser una “palanca” para fortalecer la inserción de estas economías en el comercio internacional. Pero en la mesa de negociaciones, ponerse de acuerdo no estaría resultando sencillo.
Francia, la resistencia más firme del acuerdo Mercosur – UE
Tenemos, por un lado, a Francia, respaldada por otros países europeos como Polonia y Austria, que se opone al pacto en su estado actual, argumentando que podría poner en desventaja a sus agricultores y debilitar las normas ambientales. Un lobby tan importante para la política francesa, como es el caso del campo, representa un factor de presión importante para cualquier negociación comercial. Este punto es central, ya que la Comisión Europea, con su Pacto Verde, busca garantizar que los acuerdos comerciales cumplan con estándares estrictos de sostenibilidad, mientras que ONGs activistas, como Greenpeace, denuncian que el pacto podría acelerar la deforestación de la Amazonía y agravar la crisis climática.
Y por otro lado, a pesar de las críticas, se encuentran Gobiernos como España y Alemania que impulsan – y dan la bienvenida – a la concreción del acuerdo, conscientes de que la demora prolongada podría resultar en la pérdida de oportunidades estratégicas. Además, argumentan que esta creciente incertidumbre global, marcada por el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca con posibles políticas proteccionistas, refuerza la necesidad de consolidar alianzas comerciales.
Una oportunidad para ambas partes, principalmente para los actores sudamericanos
Otro punto que resulta importante destacar, si nos referimos a la situación de países como Argentina, este escenario resulta no menos especial. Un acuerdo de este tipo podría ofrecer un marco para integrar las políticas productivas nacionales con la diplomacia económica, fortaleciendo las capacidades estatales para negociar en un entorno global cada vez más complejo. El Gobierno de Milei puede aprovechar la transición energética y el auge de la economía para fortalecer industrias locales y desarrollar cadenas de suministro resilientes.
Estudios recientes, citados por CENITAL, sugieren que la estrategia de países emergentes como Indonesia y México, que actúan como “conectores globales”, podría ser replicada en Sudamérica. Estas naciones utilizan acuerdos comerciales no solo para asegurar acceso a mercados, sino también para atraer inversiones en sectores clave como los semiconductores y la energía renovable.
Lo cierto es que, en este marco, es esencial que el Mercosur enfoque su política exterior en el fortalecimiento de capacidades nacionales y la búsqueda de sinergias entre desarrollo local y posicionamiento global. La cumbre de Montevideo podría marcar un punto de inflexión, pero su éxito dependerá de la habilidad de los gobiernos involucrados para equilibrar intereses nacionales y regionales con las exigencias de una economía global interconectada.
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