Las tensiones entre Israel y Hezbolá alcanzaron niveles preocupantes en las últimas semanas, con un intercambio de fuego que recuerda los peores momentos del conflicto de 2006. Sin embargo, la realidad es que, a pesar del poderío militar de Israel, no existen soluciones bélicas que puedan ofrecer un resultado más favorable que una salida negociada o un regreso al statu quo que mantuvo, con altibajos, la estabilidad en la frontera norte durante años.
Un contexto de escalada creciente, ¿qué está en juego?
El conflicto entre Israel y Hezbolá no es nuevo, pero está tomando una peligrosa dirección en los últimos meses. A medida que Israel intensificaba su ofensiva en Gaza, las tensiones en la frontera con Líbano también crecían. El 30 de julio, en uno de los ataques más importantes de los últimos años, Israel asesinó al comandante militar de Hezbolá, Fuad Shukr, en Beirut. Este acto desencadenó una serie de represalias, con Hezbolá lanzando más de 300 proyectiles y drones hacia Israel, lo que provocó una respuesta preventiva de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), que bombardeó el sur del Líbano con más de un centenar de aviones.
A pesar de la magnitud de este intercambio, las bajas fueron relativamente menores: tres muertos en el Líbano y uno en Israel. Esto sugiere que, aunque ambas partes están dispuestas a mostrar fuerza, también evitan conscientemente una escalada total que podría desatar una guerra a gran escala, algo que ninguno de los dos parece querer en este momento. Sin embargo, el riesgo de un error de cálculo, que podría transformar este conflicto contenido en una catástrofe regional, sigue siendo alarmantemente alto.
La ilusión de la solución militar
Israel, con su capacidad militar avanzada y su historial de acciones decisivas, podría parecer capaz de “desmantelar” el poder de Hezbolá. Pero la realidad es mucho más compleja. Desde la guerra de 2006, Hezbolá aumentó fuertemente su arsenal y mejoró sus tácticas. Con un estimado de 150 mil misiles y cohetes, y una fuerza de combate bien entrenada y experimentada, Hezbolá no es un adversario fácil de derrotar.
Los recientes ataques de Hezbolá demuestran un nivel de sofisticación que logró sorprender a los funcionarios israelíes. Desde ataques precisos a los sistemas de defensa de Israel, hasta la publicación de imágenes de drones de infraestructuras críticas, Hezbolá expuso que no solo tiene la capacidad de defenderse, sino también de infligir un daño considerable en caso de un conflicto prolongado.
Cualquier incursión militar de Israel en el sur del Líbano probablemente resultaría en una feroz resistencia, y lejos de lograr una rápida victoria, podría enredar a Israel en un conflicto prolongado y costoso, sin una resolución clara a la vista. Incluso si Israel lograra ocupar temporalmente el sur del Líbano, Hezbolá simplemente regresaría una vez que las tropas israelíes se retiraran, perpetuando el ciclo de violencia (algo parecido a la situación con Hamás).
Además, la creación de una “zona de fuego libre” en el sur del Líbano, destinada a despejar la zona de militantes de Hezbolá, es una estrategia que probablemente fracasaría. Hezbolá respondería con una lluvia de misiles sobre el norte de Israel, creando un entorno de inseguridad y desplazamiento que sería insostenible a largo plazo para el gobierno israelí.
Un cambio en el equilibrio estratégico
El equilibrio de poder en Medio Oriente cambió, y no a favor de Israel. Sus adversarios ya no son estados árabes débiles y desorganizados, sino actores no estatales altamente entrenados y equipados, respaldados por Irán, como Hezbolá, Hamas y las milicias en Irak y Siria. Estos grupos han demostrado ser capaces de infligir un daño considerable y sostenido a Israel, y con el apoyo de Irán, su influencia se expandió ampliamente.
El reciente conflicto con los hutíes en Yemen, que lanzaron misiles hacia Israel, es un claro recordatorio de la capacidad de Irán para proyectar poder a través de sus aliados en toda la región. Cualquier conflicto serio con Hezbolá podría desencadenar una respuesta coordinada de estos grupos, arrastrando a Israel a un conflicto regional de gran escala que sería devastador para todas las partes involucradas.
Irán, aunque hasta ahora evitó tomar represalias directas por el asesinato de Ismail Haniyeh en Teherán, está claramente preparado para actuar si Hezbolá, su principal aliado en la región es amenazado de manera significativa. De esta forma, si Israel decide avanzar con una operación militar a gran escala, podría enfrentar no solo a Hezbolá, sino a una coalición más amplia de fuerzas respaldadas por Irán, aumentando el riesgo de un conflicto prolongado y de alto costo.
La vuelta al statu quo como meta realista
Frente a este panorama, queda claro que las opciones militares de Israel no ofrecen un camino seguro hacia la estabilidad. De hecho, podrían llevar a un escenario aún más caótico y destructivo. La única solución viable es una negociación que restablezca el statu quo anterior, que, aunque imperfecto, mantuvo la paz en la frontera durante casi dos décadas.
Este statu quo, que Hezbolá prefiere, permitió a Israel y Líbano coexistir en una relativa paz, a pesar de las tensiones subyacentes. Un retorno a este acuerdo no es una admisión de derrota para Israel, sino una decisión pragmática que reconoce la realidad de que una guerra prolongada no resolverá las tensiones en la región, sino que las exacerbará.
Israel, con su poderío militar, ha confiado históricamente en la fuerza para resolver sus conflictos. No obstante, los últimos años demuestran que esta estrategia tiene rendimientos decrecientes. La persistente amenaza de Irán y sus aliados, junto con la incapacidad de resolver el problema palestino, puso a Israel en una posición precaria, donde la fuerza bruta ya no es suficiente para garantizar su seguridad a largo plazo.
De esta forma, Israel debe tomar una decisión; debe decidir si continuar por el camino de la confrontación militar, con todas las incertidumbres y riesgos que ello conlleva, o buscar una solución diplomática que, aunque imperfecta, podría garantizar una paz relativa y duradera en la región. Un retorno al statu quo, aunque no sea la solución ideal, podría ser el mejor camino para evitar un conflicto general y conservar la seguridad en el Medio Oriente.
El desafío para Israel no es simplemente ganar una guerra, sino encontrar una manera de asegurar su futuro sin caer en la trampa de la violencia perpetua. En última instancia, la verdadera victoria para Israel será la capacidad de vivir en paz con sus vecinos, sin la constante amenaza de un nuevo conflicto en el horizonte. El mundo estará observando para ver si Israel puede tomar este camino hacia la paz, o si se verá arrastrado una vez más hacia la guerra.
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