La invasión a gran escala de Rusia a Ucrania continúa reconfigurando el tablero geopolítico de Europa, afectando las dinámicas de seguridad, los equilibrios regionales y las políticas exteriores nacionales. En este contexto, la evolución de la postura de Francia hacia el conflicto es particularmente notable.
En las últimas semanas, el presidente francés, Emmanuel Macron, tomó una posición inesperadamente firme con relación a la guerra de Ucrania; sugirió que las naciones europeas podrían desplegar tropas en el país para prevenir un triunfo ruso en el este de Europa. Estas declaraciones, realizadas durante una cumbre de la Unión Europea (UE) y Ucrania en París, posicionaron a Macron como el líder occidental más comprometido con la defensa ucraniana, al menos discursivamente. Macron justifica esta postura como una respuesta a la amenaza existencial que representa Moscú para el continente, aunque enfatiza que Francia no buscará la confrontación directa.
En este sentido, la propuesta de Macron generó sorpresa en dos sentidos. Por un lado, desconcertó a varios líderes de la UE, que rechazaron la propuesta inmediatamente. Por otro lado, sorprendió porque la propuesta representa un giro radical de la actitud francesa respecto a su enfoque previo. Anteriormente, Macron había mantenido una postura cautelosa, buscando soluciones diplomáticas y manteniendo un canal de diálogo con Putin, incluso después de la invasión rusa en febrero de 2022, e insistiendo en la necesidad de “no humillar a Moscú”.
Por estas posiciones Macron recibió muchas críticas, pero las mismas se pueden enmarcar dentro de la tradición nacional francesa. Desde la era de De Gaulle siempre se mantuvo en Francia cierta resistencia a la geopolitización del vecindario de Europa oriental. Históricamente, se consideró contraproducente acercarse al espacio postsoviético como un área de competencia de poder, tal como lo hizo el Kremlin o la administración de George W. Bush. En París, tal enfoque se percibía como perjudicial para la seguridad de los países de la región y para la estabilidad europea en general; además, se consideraba que esto limitaba la independencia política de Francia. Así, durante mucho tiempo, París abogó por que Europa encontrara un modus vivendi con Moscú, buscando desactivar tensiones y asegurar la cooperación rusa en crisis internacionales claves.
Sin embargo, Francia ahora respalda la membresía de Ucrania en la OTAN y conceptualiza la ampliación de la UE hacia Ucrania y Moldavia como una herramienta geopolítica. Este cambio se evidencia también en la firma de un acuerdo de seguridad con Ucrania, y en una asociación de defensa junto con un acuerdo de armas con Armenia. De esta manera, Francia parece haber abandonado su esfuerzo por construir una arquitectura de seguridad europea con Rusia, y ahora, en cambio, trabaja para erigirla en su contra.
Esto lleva a preguntarnos ¿Cuáles son las razones detrás de este cambio tan drástico y sorprendente? Macron reconoce que su posición experimentó un giro, y cita el “endurecimiento” de la postura de Rusia tanto interna como externamente como motivación. Para el líder francés, este endurecimiento se manifestó en eventos como la muerte en la cárcel del opositor Alexei Navalny, atribuida por sus partidarios al Kremlin, así como ciberataques y campañas de desinformación dirigidas contra países como Francia. En Rusia, la respuesta a este giro fue la incredulidad y la especulación, preguntándose qué fue lo que llevó a Macron a adoptar una postura tan agresiva. “¿Qué le pasó a Emmanuel Macron? ¿Perdió la cabeza?”, le preguntó a Putin el presentador prokremlin Dmitri Kisilev. “Resentimiento por la influencia creciente de Rusia en África”, le respondió el presidente de Rusia.
Si bien hay algo de cierto en ambas declaraciones, la reorientación de la política francesa debe interpretarse dentro del marco de su agenda de soberanía europea de larga data. Ante la amenaza rusa y el distanciamiento de EEUU de la región, París percibe tanto una necesidad como una oportunidad para avanzar en la autonomía estratégica europea y la solidaridad continental. Al mismo tiempo, busca consolidar a Europa como un actor geopolítico fuerte e independiente, reforzando el liderazgo francés en este nuevo contexto.
La urgencia de estos objetivos surge de varios factores. Primero, la política estadounidense de pivotar hacia Asia y su estrategia de offshore balancig exigen una defensa regional más robusta en Europa. Además, la posibilidad de un regreso de Trump a la Casa Blanca inquieta a las capitales europeas, temiendo que la estrategia estadounidense pueda transformarse en un aislacionismo de facto. La actual dinámica política de EEUU, con un candidato presidencial que parece invitar a Rusia a desafiar a los aliados europeos y un Congreso incapaz de separar la política interna de las necesidades de seguridad nacional, está transformando rápidamente al país en un socio menos confiable. Este problema trasciende a figuras individuales como Trump, apuntando a un “sistema político” que produce figuras similares por docenas.
Otro factor preocupante es la hipótesis de un ataque simultáneo de Rusia en el flanco oriental de la OTAN y de China en Taiwán o el mar de China Meridional. Tal escenario podría fracturar la unidad de la OTAN, obligando a Washington a priorizar el Asia-Pacífico sobre Europa del Este y dejando a una UE con capacidades militares limitadas la tarea de defenderse de Rusia. Esta posibilidad está llevando a los países de la OTAN a preocuparse por la falta de capacidades para contrarrestar tal situación en los próximos cinco años, revitalizando así la idea de la autonomía estratégica europea. En consecuencia, esto hace imprescindible la emergencia de un liderazgo político europeo que asuma mayor responsabilidad en el marco de la autonomía estratégica. En este panorama hipotético, Francia surgiría como la única potencia nuclear del continente, pero los analistas advierten que cualquier ejército europeo requeriría de discusiones abiertas y sinceras sobre cuándo y cómo París estaría dispuesto a utilizar su arsenal nuclear para la protección colectiva, y qué estados específicamente defendería.
Sin embargo, una interpretación más realista de los comentarios de Macron sugiere que, ante las próximas elecciones en EEUU y un posible vacío de liderazgo, el presidente busca mentalizar a Europa sobre la necesidad de reunir sus propias fuerzas para contener la amenaza rusa.
Al mismo tiempo, en términos de política interna, para Macron, apuntalar el concepto de Europa como entidad política implica la idea de aumentar la soberanía de Francia. Fuera de la UE, la soberanía francesa tendría poco peso frente a gigantes como China o EEUU y solo una Europa unida puede garantizar la verdadera soberanía, según la visión de Macron. Esta idea no es nueva; fue el núcleo del apoyo gaullista a la construcción europea: preservar la influencia y la soberanía de Francia a través de la integración europea y asegurar que Alemania se reconstruya dentro de un marco controlado. Lo que sí es novedoso es el intento de Macron de diferenciar su visión de la soberanía europea del nacionalismo populista que está ganado terreno electoral en el continente. La noción de soberanía europea, en tiempos geopolíticamente difíciles, podría ser una herramienta para enfrentar a los euroescépticos utilizando de su propio lenguaje.
De esta manera, quizás Francia esté finalmente lista para asumir el liderazgo europeo vacante, dispuesta a hacer lo necesario para asegurarse de que Rusia sea contenida antes de que Europa sufra una derrota estratégica importante y que sea un riesgo a largo plazo para la seguridad europea. Así, mantener abiertas las opciones futuras y dejar a Putin con dudas podría ser una forma de señalar al Kremlin que Europa toma en serio la disuasión.
Además, es importante también evaluar cómo los cambios políticos franceses resuenan con otros miembros orientales de la UE. Países como Polonia, los estados bálticos y la República Checa siempre han expresado críticas hacia las iniciativas de Macron y su impulso por la autonomía estratégica europea. No obstante, en la actualidad el gaullismo en Francia y el atlantismo en Europa Central están encontrando un terreno común debido a los cambios en la geopolítica europea. París está enfatizando que la autonomía estratégica europea no excluye estar dentro de la OTAN, una visión que muchos líderes de Europa Central consideran vital. Además, la amenaza rusa y la posible vuelta de Trump también esta llevado a las élites de Europa Central a considerar seriamente a la UE como un actor de defensa y a la autonomía estratégica europea como una necesidad.
Sin embargo, existe una discrepancia notable entre las ambiciones de liderazgo continental de Francia y su apoyo real a Ucrania. Francia se encuentra en el puesto 22 de la UE en términos de ayuda proporcionada a Ucrania y, en comparación con Alemania, su asistencia militar es bastante menor. La UE, por su parte, solo cumplió parcialmente con su promesa de proyectiles a Ucrania, y París inicialmente obstaculizó la adquisición de proyectiles fuera de la UE. Si Francia aspira a ser un referente en la seguridad europea, deberá intensificar su colaboración con el Grupo de Contacto de Defensa de Ucrania y aumentar el apoyo militar, incluyendo el envío de armamento y equipamiento francés.
De esta forma, Macron se encuentra ante una oportunidad histórica para elevar a Francia a una posición de liderazgo europeo, un estatus que no se ha visto en el país desde la era de Napoleón. Con la posibilidad de ejercer una mayor independencia política y un rol más influyente en la Unión Europea, surge una pregunta intrigante: ¿Podría Macron preferir el regreso de Trump a la Casa Blanca para fortalecer la posición de Francia?
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