La política exterior estadounidense viene experimentado cambios importantes en la última década, reflejando las distintas visiones y prioridades de los gobiernos que han ocupado la Casa Blanca. Por un lado, los gobiernos demócratas de Barack Obama y Joe Biden han defendido una postura internacionalista para perseguir sus intereses nacionales, basada en el multilateralismo, el respeto y la protección a las reglas del orden liberal internacional y la cooperación con los aliados. Estos gobiernos renunciaron al intervencionismo unilateral que caracterizó a la era post 11-S, y adoptaron una estrategia de offshore balancing. Esta estrategia implica que una gran potencia utilice aliados regionales para contrarrestar el surgimiento de potencias hostiles que buscan la hegemonía regional. De esta forma, se reconoció que el mundo entró en una fase de multipolaridad, donde EEUU ya no es capaz de ejercer una hegemonía indiscutida.
Por otro lado, el gobierno republicano de Donald Trump impulsó durante su gobierno una postura aislacionista, basada en el unilateralismo y el escepticismo hacia las instituciones, las alianzas y los acuerdos internacionales. Esta postura se vio influenciada por la demanda de su base electoral, que reclamaba una mayor atención a los problemas internos y una menor injerencia en los asuntos externos. El lema de “America First” guio la acción exterior de Trump, que privilegió las relaciones bilaterales sobre las multilaterales, y rechazó la construcción de coaliciones que le otorguen legitimidad y respaldo político a su acción internacional. Así, su metodología contrastó radicalmente con la de los demócratas, proyectando una sensación de incoherencia en Washington que ha generado tensiones y desconfianza con los socios tradicionales de EEUU.
El reciente triunfo de Trump en la interna republicana hace que su regreso al salón oval sea una posibilidad muy real, y que el mundo entero se pregunte cómo será la política exterior de Washington en los próximos años. Un nuevo mandato de Trump podría suponer otro giro en la estrategia internacional de EEUU, caracterizado por una mayor autonomía del líder republicano, una menor dependencia de los asesores tradicionales y una mayor adhesión de sus seguidores. Esto consolidaría la tendencia pendular en política exterior que se viene dando hace una década y que preocupa a los aliados de Washington.
En este sentido, en esta columna exploraremos ¿Qué implicaciones tendría un eventual regreso de Donald Trump a la Casa Blanca para la política exterior estadounidense? En particular, se hará foco en su sistemas de alianzas, tradicionales y nuevas, que se han consolidado durante el mandato de Joe Biden.
Al considerar el posible impacto de un segundo mandato de Trump en la política exterior de EEUU, es fundamental reconocer que probablemente representaría una continuación de las políticas implementadas durante su primera presidencia. Su experiencia previa como presidente nos ofrece indicios concretos más allá de lo que pueda decir Trump en campaña. En este sentido, es razonable anticipar que mantendrá el enfoque aislacionista característico de su primer término, pero esta vez respaldado por una mayor experiencia administrativa.
Durante su mandato, Trump enfrentó serios obstáculos en la realización de varias de sus propuestas, con algunas de ellas siendo moderadas por la influencia de miembros de su gabinete y asesores con una visión más tradicional del Partido Republicano. Para que esto no vuelva a ocurrir, el equipo político de Trump ha estado implementando una estrategia para fortalecer su influencia dentro del partido.
En este sentido, en los últimos años el expresidente viene respaldando a candidatos leales a su visión de “America First” y a su liderazgo personal, tanto en elecciones nacionales como locales. Además, están llevando a cabo una campaña astuta para posicionar a sus partidarios en roles clave dentro de la estructura republicana. Un ejemplo reciente de esta táctica fue la elección de su amigo Michael Whatley, junto con su nuera Lara Trump, como presidente y vicepresidenta del Comité Nacional Republicano, una entidad encargada de la recaudación y asignación de fondos para las campañas del partido.
Esta estrategia de consolidación dentro del partido, junto con una mayor independencia de las figuras republicanas de línea más tradicional y la experiencia acumulada durante su presidencia, sugiere que un hipotético nuevo mandato de Trump sería aún mucho más “trumpista” que el primero. Esto implicaría una reducción en la capacidad de los miembros de establishment republicano para influir y moderar las decisiones del presidente.
Ahora bien, ¿qué significaría que un nuevo gobierno de Trump sea más “trumpista” que el anterior? Significaría una intensificación de su enfoque ‘transaccional’ de la política y, para nuestro interés, de su política exterior. Este transaccionalismo se refiere a una actitud pragmática y calculadora que evalúa las relaciones y acuerdos en términos de costos y beneficios tangibles.
En el ámbito de la política exterior, Trump como hombre de negocios, probablemente examinará cualquier política, acuerdo o alianza sopesando los activos y pasivos de EEUU, y considerará qué pueden ofrecer los demás países a cambio. Este pensamiento transaccional también sugiere que estaría dispuesto a renegociar o incluso abandonar acuerdos y alianzas si considera que no son lo suficientemente ventajosos para EEUU o si cree que comprometen la seguridad nacional. Un reflejo de esta mentalidad fue la propuesta de Trump de transformar el apoyo económico a Ucrania en préstamos en lugar de subvenciones. Esta condición para el respaldo republicano al envío de fondos a Ucrania ilustra su enfoque en política exterior.
En cuanto a las alianzas y acuerdos de seguridad y defensa que mantiene Washington, tales como la OTAN, AUKUS, QUAD, y las alianzas emergentes en el Asia-Pacífico con naciones como Japón, Corea del Sur y Filipinas, se espera que también continúen bajo este enfoque transaccional. Cada caso será evaluado individualmente, ponderando los beneficios y compromisos específicos.
Ante esto, la dirigencia política estadounidense ya está tomando medidas para contenerlo. Una de estas acciones fue la legislación promovida por los senadores Marco Rubio (Republicano) y Tim Kaine (Demócrata), la cual requiere que dos tercios de ambas cámaras del Congreso aprueben cualquier decisión presidencial de retirarse de la OTAN. La disposición fue promulgada por Biden en diciembre y requeriría el “consejo y consentimiento del Senado o una Ley del Congreso antes de suspender, terminar o retirar la membresía de Estados Unidos en la OTAN”.
Ante el escenario planteado, surge una cuestión decisiva: ¿cómo deben los aliados de EEUU ajustarse al emergente Trumpismo 2.0? Es esencial que estos países se enfoquen en dos aspectos fundamentales.
Primero, es fundamental que los gobiernos aliados se adapten a una diplomacia más personalizada con la administración de Trump. Los líderes y sus equipos necesitarán dominar el arte de comunicarse y negociar en términos ‘transaccionales’, típicos del ámbito empresarial, en lugar de depender del lenguaje diplomático tradicional. Además, forjar relaciones personales con Trump y su entorno será clave para asegurar una interacción efectiva y continua.
En segundo término, es importante que los miembros de las alianzas, especialmente en la OTAN, definan nuevos roles dentro de estas. Es imperativo para estos países planificar funciones que posibiliten una acción coordinada y efectiva con una participación estadounidense mínima. Esto no solo fomentará relaciones positivas con la administración Trump, sino que también mitigará el temor de un fracaso de la alianza, sobre todo para la OTAN ante el escenario de una agresión conjunta en el Indo-Pacífico y Europa del Este por potencias rivales.
En definitiva, el posible retorno de Donald Trump a la presidencia plantea un escenario de adaptación para los aliados de EEUU. La capacidad de hablar un mismo lenguaje y de redefinir las alianzas para actuar de manera más autónoma será decisivo. Este posible escenario exige una diplomacia ágil y estrategias de defensa innovadoras que puedan operar con o sin el apoyo constante de EEUU.
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